Nos rasgamos las vestiduras ante un Torra que para el nuevo año desea sublevaciones y rebeliones, un Presidente del Gobierno que afirma que viaja en Falcon a precio de McMenú o colectivos que quieren una sociedad más justa aunque para ello haya que eliminar la presunción de inocencia y los derechos de la mitad de los ciudadanos. Como nos pongamos a hacer la lista de dislates, no acabamos. Y cada uno pondría los suyos, claro, que aquí todo es cuestión de bandos, colores y etiquetas. De eso que no falte.

Pero cada época tiene sus convulsiones. En el pasado, se vivieron tensiones que parecían insuperables. Ahora que Otegui se dedica a hacerse selfies con sus fans y brinda sonriente con compañeros de aquellos a los que aún hoy considera que fue justificado asesinar, muchos recuerdan los tiempos en que, a la hora de la comida y viendo el Telediario, ETA no cesaba de ponernos muertos sobre la mesa y cada día era un llanto. Ante la volatilidad del escenario político Catalán y los ataques de parte de la izquierda, quienes vivieron la transición más ejemplar realizada en la historia, reivindican el trabajo de gestión, comunicación, cesión y entendimiento que permitió que nos convirtiésemos en un ejemplo para el mundo.

Con un poco de perspectiva podemos apreciar que no son los tiempos los que son más convulsos ahora, pero quizá sí lo seamos nosotros. Mis padres solían comentar la actualidad al mediodía o por la noche cuando veían el informativo, el resto del día lo dedicaban a otras cosas. Pero a nosotros la conectividad 24/7 no nos deja ni tomar aliento entre una indignación y la siguiente.

La Navidad es ese tiempo extraño de engaños colectivos a los niños y también a los adultos, que interiorizamos el cambio de año como el fin de algo y el comienzo de algo distinto; una fantasía tan grande o quizá mayor que la que transmitimos a nuestros pequeños con sus regalos mágicos.

Llevamos ya unos años sumidos en la maldición china de vivir tiempos interesantes y, en estos primeros días del 2019, los indicios son más bien los de un año de tormentas, hasta el punto que los ancianos con reuma no paran de repetir que ya les duelen los huesos. Pero lo cierto es que quien más, quien menos, agradecería un tiempo de tregua; un año tranquilo y hasta aburrido que nos permita recuperar el aliento y centrarnos en lo esencial, en lo mucho y muy importante que hay por hacer.

Este principio de enero, estoy sentada ante mi ordenador caótico, saturado, lento, con docenas de programas y pantallas abiertas. Se mezclan las que me ayudan a vivir y a trabajar con las que han permitido la entrada de virus, las que me han bloqueado los sistemas, las que me hacen perder el tiempo, las que alimentan mentiras o absurdas polémicas?

Es un momento tan bueno como cualquier otro para limpiar lo que sobra y quedarme con lo esencial. Cierro todo y reinicio el sistema. Reset.