Tal vez, querido lector, usted esté tan alejado de la cultura que representa Cristina Pedroche como Mercurio de Plutón: supongamos que varios millones de quilómetros. Lo más probable es que ni le venga ni le vaya lo que hace, dice o piensa esa actriz (si fuera actriz, que no estamos seguros). Sin embargo, usted conoce su nombre, quizá ha visto su rostro en algún sitio y, desde luego, se encuentra más o menos al tanto de la polémica creada por el vestido con el que recibió el nuevo año. Lo sé, lo sé: a usted le dan igual los trajes de Cristina Pedroche como le da igual el chándal con el que sale a correr su vecino porque usted vive en una dimensión diferente de la realidad. De acuerdo, sí, pero Cristina Pedroche, además de en la propia, vive en la nuestra. Esto es posible porque no hay culturas pequeñas, no hay nichos ni burbujas personales blindadas contra determinados sucesos. Cristina Pedroche es uno de esos sucesos. Tampoco a usted le interesa el fútbol, pero conoce a Messi, qué le vamos a hacer.

Pedroche es centrípeta, de modo que atrae, como los agujeros negros, todo lo que pasa por los bordes de la realidad española y de las JONS. Quizá usted se halle instalado ahí, en ese borde, porque más allá de él no hay oxígeno. De ser así, se habrá visto arrastrado (o arrastrada) estos días hacia la discusión sobre la pertinencia del atuendo con el que Cristina se presentó en la Puerta del Sol de Madrid el 31 de diciembre. Tal vez en una comida familiar salió el tema. Tal vez usted intentó permanecer en silencio para no sufrir la humillación de opinar sobre algo que no pertenece a su constelación ideológica. Pero tal vez la presión le obligó finalmente a decir algo por lo que ahora se detesta.

Nos hacemos cargo de su odio hacia sí mismo.

Ahora bien, este verse arrastrado a debates para usted ausentes de sentido, ¿no es lo que sucede también en las disputas de carácter político? Digámoslo rápido, que se muere el artículo: las tertulias supuestamente serias de la radio o la tele están completamente pedrocheadas en el sentido de que se habla en ellas de asuntos marginales en los que sin querer nos enganchamos para no hablar de lo principal. Lo principal, en fin, no está y ya ni siquiera somos conscientes de su ausencia.