Tengan ustedes buenos días, buenas tardes y... muy especialmente, buenas noches. Porque sí, esta es una noche realmente especial, del 5 de enero. Noche de Reyes. De Magos, muy imbricados en una antigua tradición que a todos nos hizo vibrar de pequeños y, si me lo permiten, les diré que a algunos también muchos años más tarde...

Mañana por la mañana los más pequeños se levantarán agitados, sin haber podido conciliar demasiado el sueño, y buscarán junto al árbol, el nacimiento o las zapatillas, aquellos regalos que les hayan traído Melchor, Gaspar y Baltasar. Muchos de ellos habrán participado también en las Cabalgatas, con los ojos como platos, escuchando los sabios consejos de quien viene de muy lejos, a lomos de un camello, y que les visita cada año.

Yo, les contaré, hace años que prácticamente no tengo regalos materiales. Algún detalle sencillo, pero nada que les vaya a sorprender demasiado. Es más, les confieso que no acabo de ligar la lógica de los verbos amar y comprar. Compro lo que estimo conveniente, cuando lo necesito. Pero de ahí a intentar convertir los sentimientos en regalos, hay mucho recorrido. Los claim o ideas fuerza que se vierten en las poderosas campañas publicitarias de la "tele", sea Navidad o no, me quedan a años luz. Y, por eso, paso a detallarles en lo que queda de artículo cuál ha sido el mejor regalo de Reyes de este año para mí. A algunos de ustedes les parecerá extraño, inconsistente o, simplemente, diferente. Bien. Será que todos somos distintos...

El regalo en cuestión ha sido volver al Olimpo. Al de aquí, no al griego. Volver a recorrer caminos y campas, con el rumbo puesto en la siempre espectacular A Moa, en la cima del Monte Pindo. Volver a recordar historias ligadas a aras de la fertilidad, reuniones de brujas en la Cova de Xoana, y atisbar la impresionante crestería desde allí al Peñafiel, más arriba de donde el agua brama y acaba por caer al mar en única cola de caballo modélica y deliciosa, en la que el Xallas se funde con el océano.

Ha sido, también, recordar la algarabía de aquellas excursiones de iniciación al montañismo con la Sociedad de Montaña Ártabros, y sentir una naturaleza pura, aunque hoy herida por los incendios de hace unos años, aún visibles en tal monumento natural. Ha sido revivir en el sentimiento a nuestro amigo Caco, a quien una placa recuerda allá en algún lugar mágico de este sitio tan especial para él. Y volver a tomar los modos y la camaradería presentes en las actividades en la Naturaleza, tan lejos de los siempre restrictivos cánones ligados a lo urbano.

Todo ello ha sido y seguirá siendo mi regalo. Un pequeño paseo de pocos kilómetros y escasos centenares de metros de subida, pero que sigue conformando una excursión casi telúrica, hilvanada con las de las almas de todos los seres humanos que allí se personaron, ya desde tiempos anteriores a los romanos. Un regalo que implica un suma y sigue en un compromiso vivo y activo con la Naturaleza, hace unos días en la costa de Vigo, cerca de la playa de Samil, antes en el corazón de la Fraga do Eume y hoy participando de un espectáculo para todos los sentidos en el que Fisterra, A Curota, yo creo que el pico Muralla y el mismísimo Pico Sacro de mis anhelos y mis desvelos, preludio de Compostela, se amalgaman y redefinen, suaves, presentes y reales. Aquí no queda espacio para la virtualidad.

Son casi treinta años ya desde que venía con mucha frecuencia a estos parajes. Alguna vez más sí, desde entonces, pero mucho menos que antes. Un espacio donde hace también años y años no me faltó un accidente, con una caída de unos treinta metros botando de roca en roca para terminar en el río, que milagrosamente se quedó en nada. O Pindo, un lugar grabado a fuego, el mismo que parece despedir en aquellos atardeceres rojizos y veraniegos, especiales y sublimes y que me siguen impactando a mí y a tantos seres humanos...

Como este artículo está escrito en clave de regalo, si no conocen O Pindo y quieren participar de su magia, yo les llevo. Como hicimos con tantos cientos de coruñeses y coruñesas que hoy tendrán ya una edad, y que participaban en aquellas actividades que marcaban, en muchos casos, un primer contacto con la naturaleza, fuese en Ancares, allí mismo, en O Caurel o en la mismísima Peña Trevinca. Un regalo inmaterial, pero sumamente bonito, vivificante y profundamente luminoso, que abre un diálogo personal y siempre inconcluso con Gaia, la expresión misma del planeta. Sí, algo tan ilusionante como la noche de hoy, escrita en lo más profundo de la mirada de los más pequeños...

¡Buena Noche de Reyes, amigos y amigas! Disfruten de sus regalos y de la magia que estos produzcan. El mío, se lo aseguro, ya forma parte del bagaje de este tiempo de Navidad...