No es posible, amigos y amigas. Esta columna ya prácticamente roza la mitad de un mes que acaba de comenzar, en un año que todavía está entrando... Sí, ya sé que lo digo siempre, y que aquí queda reflejado. Pero está bien insistir en ello: el tiempo vuela... Y mientras aquí seguimos, los que seguimos, dando la bienvenida a los nuevos seres humanos que engrosan la nómina de los vivos y, a la vez, despidiendo a aquellos que nos han dejado. Y no sé qué pasa, miren, porque tengo la impresión de que, últimamente, se han producido bastantes más bajas a mi alrededor de las que son estadísticamente habituales... Aunque yo no lo perciba demasiado, será el frío...

Y ya que la cosa queda encaminada a hablar de los meteoros y la meteorología, pongámonos en tal tesitura para hablar con una visión más a largo plazo, pero que redunda a la postre en dicho ámbito, que a todos nos concierne. Hablemos, pues del clima...

Y, más que del clima, de los cambios en torno al mismo. Porque, por más que Donald Trump y algún familiar despistado de algún otro político aún más descolocado en su día lo nieguen, ¿recuerdan?, el cambio climático ya está aquí, con la prácticamente total anuencia de la comunidad científica internacional. Semejante aval, descomunal, ha servido para que Naciones Unidas abandere algunas de las respuestas globales a tal problema planetario. Eso sí, entre la desconfianza, el remoloneo o el pasotismo de algunos de los actores implicados, a veces con potentes y cortoplacistas intereses. Al fin y al cabo, somos personas, y si nos quedamos solamente en la clave temporal de los años que echaremos aquí, a más de uno le importa bien poco qué pase con el planeta...

Pero fíjense que ya James Lovelock, y estoy hablando del año 1969, nos advertía de que Gaia -ese ser vivo que es La Tierra, formado también por todos nosotros- podría estar herido de muerte. Desde entonces se ha ido avanzando en el conocimiento de los diferentes impactos que la actividad humana causa sobre el planeta, y el resultado de tal acopio de sabiduría refrenda lo que un día se empezó a sospechar... Y eso es que hay algunas amenazas globales, graves, que tienen que ver con nuestro estilo de vida, que están produciendo pérdida de la biodiversidad, destrucción de grandes ecosistemas y modificación de parámetros globales, extremadamente sensibles, que están implicando ya cambios que nos afectan.

Y es que recuerden que todo lo que tiene que ver con los fenómenos atmosféricos es un problema de los llamados "de oscilaciones acopladas", de forma que la dinámica global que gobierna tales equilibrios es terriblemente dependiente de pequeñas variaciones en las condiciones de contorno. Es en ese marco en el que alguien acuñó aquello tan gráfico -y en su versión gallega- de que "el vuelo de una mariposa en Pekín podría producir un tornado en Santiago de Compostela". Sí, efectivamente, el llamado Efecto Mariposa, descrito por el matemático y meteorólogo estadounidense Lorenz, en el ámbito de la Teoría del Caos, y que viene a decirnos que pequeñas perturbaciones pueden dar un vuelco a la solución de tales entornos dinámicos verdaderamente complejos.

Ante tan sensible situación, es importante tomar un papel proactivo para tratar de mitigar las consecuencias de un calentamiento global ya imparable, intentando frenarlo en lo posible, adaptándonos al nuevo clima y a las situaciones que este propicie y liberando la financiación adecuada para que aquellos más vulnerables, y que ya están pagando hoy unas consecuencias reales y tangibles de los cambios en el clima global, puedan salir adelante. Esa es la receta de Naciones Unidas, habida cuenta de que todo lo que sea anticiparse -aunque sea un poco- a los cambios que vienen, será siempre mucho mejor que la impagable factura derivada de sus terribles efectos. En dinero, de forma obvia. Pero es que, además, hay muchos elementos -¿las vidas humanas, por ejemplo?- que es imposible recuperar pagando.

¿Que por qué les cuento yo todo esto precisamente hoy? Pues por cuatro motivos. Primero, porque este es un tema verdaderamente importante y que conviene recordar periódicamente, del que ya hemos dicho más veces que creo que no se le está otorgando toda la importancia que tiene a nivel agenda pública y ciudadana. Segundo porque, y en ello ando estos días, entiendo que hay que redoblar el esfuerzo educativo para que especialmente los más jóvenes sean más conscientes de cuál es el contexto en el que vivirán, y sobre el que tendrán que tomar decisiones. Tercero, porque saben que este es uno de los temas que me apasionan, ya que combina ciencia y muchos más ámbitos como el económico, el social y el político. Y cuarto y muy en particular, porque escuchaba ayer en la radio unas declaraciones de alguna ponente, que no me dio tiempo a identificar y que me imagino que ha estado en la ciudad, que se suman a lo ya expresado en jornadas divulgativas sobre la cuestión, por ejemplo en el Muncyt, que incidían en lo que supondrá tal cambio climático para A Coruña, muy especialmente en términos de subida del nivel del mar. Y es que mientras no seamos conscientes de la vulnerabilidad creada en la línea de costa ante tal fenómeno, y muy especialmente en los terrenos ganados al mar, no seremos capaces de planificar mejor la ciudad y su entorno del mañana.

Ahí lo dejo, amigos y amigas. Tengan buen fin de semana, y que los hados les sean propicios, lo que no deja de ser una versión más formal y ancestral de lo que mi amiga Ángeles decía con aquello de "ve por la sombra". Un día le pregunté por qué, y me dejó boquiabierto y halagado cuando espetó aquello de "porque los bombones al sol se derriten...". Cuídense y, si nuestros conos espacio-temporales siguen cruzándose, nos vemos el próximo miércoles... Para mí, no tengan ninguna duda, siempre es un placer...