Uno se tropieza a diario con innumerables símbolos religiosos. Nuestras ciudades están profusamente decoradas con ellos. Nuestras fiestas populares ostentan nombres de santos, vírgenes y demás manifestaciones sagradas. Nuestros políticos, cuando no aparecen, tan cercanos y votables, en una procesión o en una misa del gallo, juran sus cargos frente a cruces, libros sagrados u otros artefactos de piadoso pintoresquismo. Médicos, farmacéuticos, tenderos, jueces, abogados, escritores, gente que escribe, presentadores de radio o televisión, periodistas? todos ellos son libres de manifestar su sensibilidad religiosa siempre que lo estiman oportuno, incluso han llegado a exigir que se les permita desempeñar su trabajo de acuerdo con sus creencias; por ejemplo, al negarse a despachar condones, a practicar abortos, a atender a homosexuales, al fiscalizar comportamientos contrarios a su fe, al interponer denuncias a diestro y siniestro por considerar ofensivos ciertos comentarios, chistes o ideas de otros ciudadanos en torno a la religión. Uno puede salir un día a la calle y tropezarse con una manifestación que, curiosamente, no trata de defender los derechos de nadie, sino de limitar o negar los que otras personas han conseguido tras muchos sacrificios y penurias, después de haber tragado demasiada mierda, quiero decir. Recuerdo, en concreto, el caso de todas esas devotas familias que no podían soportar la idea de que dos personas del mismo sexo contrajesen matrimonio. Diabólico, ¿no creen? Pues es precisamente el diablo, algo tan genuinamente religioso, el protagonista de un nuevo caso de mojigatería, en este caso jurídica, que clama al cielo, por así decir, o que provoca risa o vergüenza ajena o mala hostia? Resulta que un juez de Segovia ha paralizado la instalación de una escultura que el Ayuntamiento de la ciudad había decidido colocar a los pies de su famoso acueducto. Se trata de la figura de un demonio haciéndose un selfi. Una asociación católica ha denunciado que la obra es un ataque a los sentimientos religiosos porque, atención, "supone una exaltación del mal"; ni que se tratase de una estatua de Trump, o de alguno de esos párrocos pederastas contra los que nadie se manifiesta, a pesar de las apabullantes noticias que la prensa nos ha traído en los últimos meses.

Y yo me pregunto, qué pasa con nuestros sentimientos, los de quienes no somos religiosos. Porque noticias como la del diablo de Segovia resultan de lo más ofensivas, tanto para nuestras no creencias como para nuestra inteligencia. Y, qué quieren que les diga, al final en terapia te dejas una pasta.