Se va consumiendo este mes de enero, queridos y queridas, en medio de una verdadera vorágine de información desde distintos focos mediáticos. ¡Qué lejos queda aquella época en la que uno salía a comprar el periódico cuando las calles empezaban a dibujarse, a tomar color después de la oscuridad de la noche, para saber qué estaba ocurriendo al otro lado del mundo o bien cerca de casa! Sí, el mundo ha cambiado y ha reinventado, ya desde hace tiempo -¿ha culminado ese proceso?-, el concepto de periodismo. Otros ámbitos, sin embargo, viven ahora su propia transformación, que siempre tiene algo de traumática. Asistimos estos días a un choque complejo, en el que todos tienen algo de razón, entre el sector del taxi y el de los vehículos de pasajeros con conductor. Muchos ingredientes más en este conflicto, sin duda, pero también un reflejo diáfano de la dualidad entre el pasado y sus modos, y el presente y los que trae. Más de lo mismo.

Los conflictos son parte inherente al cambio. No confundamos los conflictos con la violencia, por favor. Esta es execrable. Pero el conflicto, la tensión entre formas diferentes de resolución de un dilema hacia uno u otro planteamiento, siempre está presente cuando en un grupo humano hay dos visiones e intereses contrapuestos. Y esto no es malo en sí mismo, ya que nos permite evolucionar. Lo que suele tener mal pronóstico es alguna de las formas de gestionar tal confrontación. Y, entre las peores, sin duda la de "dejar pudrir las cosas", sinónimo de no hacer nada hasta que estas revientan, lo cual siempre ocurre. Llama la atención de que, desde la política, tantas veces se opte por esta vía... ¿No se suponía que la idea era resolver los problemas reales de la ciudadanía?

La que está reventando también es la poca estabilidad que quedaba en Venezuela, en un país rico en recursos, que un día fue el Eldorado de nuestros emigrantes, donde muchos encontraron futuro y hasta importantes fortunas, y en el que hoy las personas lo pasan realmente mal. No seré yo quien defienda a un usurpador del poder y un sátrapa, como Nicolás Maduro. Pero ya saben que soy un tipo al que no le van las simplificaciones. Todo es mucho más complejo que para ser analizado en una línea, o solamente desde una determinada inspiración argumental. Pero, vaya por delante, el hecho de que alguien se autoproclame presidente del país, aunque lo sea de su Asamblea Nacional, ayuda poco. Tal y como están hoy las cosas en Venezuela, el país necesita elecciones libres, transparentes, claras y ajustadas a garantías verdaderamente democráticas, incluso aunque hubiese cierta legitimidad legal en el paso adelante de Guaidó. Las vías unilaterales, por mucho que sean apoyadas en esta ocasión por Casado o por Rivera, no suelen ir a ninguna parte. Así solo se tensa más la cuerda, y este puede ser el peligroso y explosivo escenario buscado por terceros para otro tipo de injerencia.

Llama también la atención la beligerancia de tales u otros líderes con algunos sátrapas -que lo son-, mientras que ante otros se pasa de puntillas. Mira que no hay regímenes verdaderamente dictatoriales en el mundo, de los que nos congratulamos de ser amigos a alto nivel, o que nos propician contratos millonarios, celebrados con alharaca y orgullo. Mira que no hay verdaderos tiranos, que hacen con su población o con aquella a la que le cogen ojeriza, literalmente, lo que quieren. Y no pasa nada. Y sin embargo Maduro, por supuesto un dictador desnortado presa de su propio personaje y sus mentiras, es tratado de otra manera. Él, para Rivera y para Casado, es un sátrapa. ¿Y los otros? ¿Ahí solamente hay que ver corbetas o bombas de precisión -dinero- y no sufrimiento y falta de democracia? Para mí tengan claro que tanto unos como otros merecen tal calificativo. Porque la democracia, por definición, no puede ser secuestrada, alterada o perpetuamente desconvocada de la realidad. Y eso tendrían que saberlo todos. También los de aquí que quisieron justificar a Maduro y su régimen y ahora, literalmente, se desmoronan.

Estamos ante una realidad compleja y alambicada, ya ven, como lo ha sido y está siendo todo lo relativo al rescate del pequeño caído en un pozo en Totalán. Supongo que, cuando lean ustedes esto, todo habrá terminado ya, y el rescate habrá concluido o, al menos, se tendrá más claro su desenlace. Ojalá todo salga de la mejor forma posible, pensando en sus involuntarios protagonistas. Y es que esta desgracia nos conmueve -nos moviliza juntos- y nos importa. Otras cosas, claro está, son los determinados tratamientos mediáticos o el culebrón que se han montado algunos, a precio de ganga, para generar horas y horas de emisión, la exposición mediática enorme de personajes prescindibles y que nada tienen que ver con la causa, o vulneraciones claras de cualquier cosa parecida a un código deontológico, profesional o a la más básica ética personal. Pero todo eso, como el resto de los temas enunciados en este texto, merece reflexión y artículo aparte...

La vida sigue. La Tierra sigue girando en torno al Sol. La Naturaleza ni se inmutará ante quienes seamos los jefes, los jefecillos y los demás gerifaltes de nuestra peculiar y atormentada forma de organización. Pero cuanto mejor nos tratemos todos, taxistas y VTC, gobernantes y aspirantes a hacerlo a lo largo y ancho del mundo, y todos en general, más progreso, más alegría y menos frustración cosecharemos. Y de eso se trata. De vivir en armonía y paz, orientados a resultados comunes y en libertad, mientras podamos. Una libertad que, para un pequeño, puede que esté a 85 centímetros de cuarcitas y una nueva microvoladura. ¡Fuerza!