Sinceramente les contaré que si fuese el reconocido escritor Arturo Pérez Reverte, seguramente habría dado un pequeño giro al título de mi artículo de hoy, dejándolo en algo así como "¡Es el mercado, idiotas!". Sin quitarle mérito al reputado plumilla, no obstante, les diré que quizá ese no sea mi estilo, y aunque no haya ánimo de insulto ni demérito en la expresión, me quedo con algo con mucha menos fuerza pero, al tiempo, más amable.

Soy consciente, además, de que la crítica al titular también puede ser planteada en cuanto a lo tocante a la inclusividad de género. Por si hubiese alguna duda, con esto de "chicos", les advierto que se trata de un uso genérico del masculino, por economía del lenguaje en el referido título, englobando por igual a chicos y a chicas. Aunque, bueno, teniendo en cuenta que los hombres han tenido históricamente y hasta nuestros días mayor preponderancia y mayores oportunidades en lo laboral y, particularmente, en puestos directivos, seguramente el mismo tenga sentido más dirigido a hombres que a mujeres, por su responsabilidad mayor en la debacle.

Y, dicho esto, a la harina. Y es que me fascina lo escandalizados que están algunos de ustedes por algunos temas muy de actualidad -no porque no tengan razón- sino porque actúan como si se tratase de algo novedoso o desconocido, cuando no es así. Y aquí, en este saco de acontecimientos caben historias como la actual de Alcoa y sus fábricas de A Coruña y Avilés, el conflicto entre taxistas y titulares y trabajadores de los llamados VTCs, etcétera. Fíjense, en todas estas realidades hay causas subyacentes que ya han sido aplicadas en docenas y hasta en cientos de casos alrededor de nosotros. Más de lo mismo y nada nuevo bajo el sol. Pero que, caramba, parece que cuando nos toca es cuando adquiere tintes de drama y hasta de guerra de trincheras...

Mi tesis es simple: hemos acogido al mercado y su ley como nueva religión, sin más. Peor aún, porque no se trata de un mercado que en realidad fluya libre -la "mano invisible", a la que se refería Adam Smith- sino un mercado con reglas trucadas, que vulneran el principio de libre competencia, y que da a la posición dominante patente de corso para hacer lo que le venga en gana. Ya les he dicho muchas veces que prefiero un mercado verdaderamente libre -liberalismo puro-, que tales reglas trucadas, donde la Organización Mundial del Comercio baila muchas veces al son del más poderoso, arruinando verdaderamente a los más vulnerables por la capacidad de "lobby" del que más tiene. "Comercio, no ayuda" repetía hasta la saciedad en el pasado alguien con visión tan clara como Julius Nyerere. Y es verdad, las reglas trucadas del comercio cercenan la capacidad de intercambio y desarrollo de muchos grupos humanos todavía hoy, en 2019.

Pero tal mercado -trucado, además- lo gobierna hoy todo, por encima de la capacidad de maniobra de los Estados y sus Gobiernos. Y sus leyes son las que están detrás de movimientos estratégicos de compañías transnacionales que, tantas veces, tienen posiciones dominantes claras. Oligopolios o monopolios que mandan en un sector sin que nadie les pueda toser, afectando esto a las materias primas más básicas, a los servicios más necesarios, o a los graneles alimentarios, pasando por semillas y fitosanitarios, insumos en materia de salud, etcétera.

Con todo, muchas veces miramos para otro lado cuando la riqueza se está concentrando de una forma alarmante y las capacidades productivas y de distribución también. Nos importa un pito lo que pase aquí o allá, mientras no nos afecte. Ah, pero cuando nos toca a nosotros paralizamos la ciudad y hacemos lo que sea para que por lo menos nos oigan. Otra cosa será que nos escuchen...

Miren, Alcoa -a pesar de que últimamente parece que cambia su rumbo- ha tratado de comportarse como cualquier empresa transnacional que, hechos sus números, toma sus decisiones estratégicas sin importarle demasiado el impacto de las mismas en clave de personas concretas. ¿Les parece raro? A mí no. Yo mismo fui "víctima" de un ERE -expediente de regulación de empleo- en un sector bien diferente, que por profesionalidad y responsabilidad no cuestioné más que en clave interna y con mis superiores, pensando en el bien de la marca. Allá se fue mi contrato indefinido, y una posición estable como la que puedan tener ahora quienes aspiran a mantenerla utilizando todos los medios posibles. Pues sí, es el mercado... Y unos y otros se organizan y reorganizan y nos dejan tirados en la cuneta, y ya está. Ni que decir tiene que el volumen económico de la organización de la que muchos otros compañeros y yo salimos es hoy un buen porcentaje más alto que antes y que, sorprendentemente, la misma también tiene muchos más empleados.

Los mismos que van a comprar ropa a esos almacenes que pagan la prenda a un euro a una subcontrata que, a su vez, remunera a sus trabajadores con un mísero salario, ahora se rebelan porque les toca a ellos. No se trata de culpabilizar a nadie, pero sí de visibilizar algo que es netamente real. Y, antes, ¿qué? Son muchos los que saltan cuando tratan de pisarles el pie, pero con comportamientos que, a su vez, fomentan que a otros ya no se lo pisen, sino que directamente se lo corten... ¿Dónde queda el pequeño comercio, ahora que todo el mundo está fascinado con los centros comerciales? ¿Y qué pasa con el conflicto entre autónomos y empresas en el sector del transporte? Y una larga nómina, amigos y amigas, de personas que sufren ante la indiferencia de los que solamente cuando les toca la amarga travesía exigen solidaridad.

En fin. Creo que deberíamos repensar algunas cosas de la época, los modos y las posibilidades del tiempo que nos ha tocado vivir. Creo en la iniciativa personal, en el emprendimiento privado y en el mercado, pero no a cualquier precio y sin el oportuno control. Porque, no lo duden, con todo ello llevado a su máxima expresión sin ningún tipo de límite, el caos está servido. Aunque, a menudo, solo nos demos cuenta cuando el mismo nos toca la cartera, comportándonos irresponsablemente mientras tanto, en términos de consecuencias de nuestro papel como consumidores, ciudadanos y usuarios. Y es que, como diría Pink Floyd, todos somos "otro ladrillo en el muro"...