Se les saluda, amigas y amigos! Hoy volvemos a la palestra, con los ánimos siempre renovados y ganas de enfrentarnos a la realidad. Déjenme que les cuente, además, que este es un artículo escrito en un hospital. Uno de esos milagros de nuestro desempeño colectivo que hoy nos permite afrontar distintos envites del destino con buen pronóstico y mejor humor. En este caso no me ha tocado a mí, pero sí cerca. Ya les digo, hay que ir navegando y disfrutando cada día en las aguas procelosas de la cotidianeidad, porque todo lo que sube, baja, y porque el "yin" y el "yang" están demasiado cerca el uno del otro...

Y, en medio de todo ello, la más rabiosa actualidad. Manifestación convocada para mañana en Madrid, panorama convulso en el ámbito internacional y muchos más mimbres que, a poco que nos descuidemos, se complican a ritmo de mambo...

Lo que más me preocupa, les soy sincero, es ese tipo de problemas en los que alguna de las partes o, peor aún, todas o casi todas, hacen suyo aquello de "cuanto peor, mejor". Problemas en los que si el río corre turbio, ganancia de pescadores. Esos son los peores... Sé por experiencia propia qué es estar negociando los términos de algo, y que el que se relaciona contigo, a pesar de que lo disimule mejor o peor, trate de reventarlo a la primera oportunidad. Y es que la visión a corto plazo implica una querencia formidable por el fracaso, como miope forma de querer el éxito de uno. Craso error. Hay problemas que no son de suma cero, de forma que el éxito de lo de todos implica también el de las partes individuales, y el fracaso solamente engendra desasosiego y frustración.

¿Y por qué les cuento esto en el día de hoy? Porque me fijo en la postura del Gobierno y, en particular, en la de su presidente, Pedro Sánchez. Y, al margen de ideas y de la oportunidad o no de su estrategia ante la compleja situación que se vive desde hace tiempo en Cataluña y ante muchos otros temas, me doy cuenta de que estamos ante uno de esos nudos gordianos donde, hagas lo que hagas, todo saldrá mal. ¿Por qué? Pues porque este es uno de esos problemas a los que me refería en el párrafo anterior, en el que buena parte de los agentes hacen sus cuentas y, digan lo que digan en público, piensan aquello de que "cuanto peor, mejor".

Obviamente, Sánchez y su Gobierno jamás aceptarán un referendo de autodeterminación en Cataluña. Ni lo quieren, ni les interesa, ni su partido lo asumiría. Pero en el Ejecutivo están abiertos al diálogo, yo creo que con franca voluntad de desfazer el entuerto, como se diría en castellano antiguo. O quizá por querer pasar a la Historia como "pacificadores" en tiempos convulsos. Tarea imposible. Casado y su PP 3.0 -se echa de menos a Rajoy- están volcados en una radicalización de su discurso, solamente medida en términos electoralistas y electorales. Solamente así pueden entenderse sus últimas y prolijas declaraciones, al margen de cualquier institucionalidad. Y sus compañeros de viaje en la manifestación de mañana y en muchas cosas más se apuntan al carro, quizá por no perder el tren. Un convoy al que se ha subido ahora otro actor, hasta ahora disuelto beatíficamente en el conglomerado del Partido Popular, pero que asoma la cabeza con voz propia, inclinando mucho más la balanza hacia posturas irreconciliables. Todos ellos, lo tengo claro, en este proceso -por diferentes causas- abanderan hoy en alguna medida tal proclama: "cuanto peor, mejor".

Y, en el otro bando, otro conglomerado, roto y muchas veces enfrentado, que recoge el nacionalismo catalán. El de siempre, el de antes, el de después y el reconvertido. Una serie de sensibilidades que, en el fondo, tampoco aceptan la magra oferta del Gobierno, por mucho que escandalice en otros foros. Un grupo humano, a la postre, al que en definitiva le ha ido bien la estrategia de mirar para otro lado y dejar pudrir las cosas que propició clásicamente el Partido Popular, y aquí vuelvo a mirar para Rajoy, con menos nostalgia. Y los resultados son palmarios. Tomen nota: los nacionalistas catalanes, hace unos años, no cosechaban más que en torno al diez por ciento de los sufragios, como mucho. Hoy, como mínimo, tal conjunto de opciones se van hasta un cuarenta por ciento. O, seguramente, más. ¿Por qué?

Es por eso que, desde este otro punto de vista, también va bien aquello de que se incremente la sensación de confrontación, afrenta y atrincheramiento en la realidad de cada cual. "Cuanto peor, mejor", a partir de sensibilidades surgidas solo en términos minoritarios y con temas relativamente menores y claramente operativos, pero que se ha ido vistiendo con sucesivas capas de indignación, sentimientos de ninguneo, complicaciones varias y una épica que poco aporta al diálogo real. Otra capa de la cebolla que nunca buscará el consenso, porque su propia razón de ser está en la fractura, nunca en buscar una entente cordial.

Resumiendo, alguien que dice buscar que otros dialoguen, cuando no les interesa lo más mínimo. Épicas absolutamente confrontadas y que, aún peor, apelan a los sentimientos y no a la racionalidad. No le arriendo la ganancia a Sánchez, a Calvo ni a los miembros de su Gobierno. Pero, insisto, dialogar nos hace humanos y racionales, y a nadie debería molestarle que se propicie tal actitud. Independiente de que, como ahora, los que hablan prefieran no entenderse, no vaya a ser que lo que es mejor para todos sea malo para sus intereses.