Oiga... Perdone... Sí, me dirijo precisamente a usted... Déjeme que le pregunte... ¿Está enamorado? ¿Enamorada? Entonces, con su permiso, le felicito en la víspera del que dicen será su día, una vez más. Porque hoy es 13 de febrero y mañana, consecuentemente, San Valentín. Aunque yo, que soy de los que predican que el camino se recorre precisamente andando, antepongo a las celebraciones nominales lo que pretende ser una praxis diaria, constante y desligada de fechas oficiales. Y es que, para mí se trata de vivir dicho enamoramiento cada día, mucho más allá de los eventos creados al efecto. Pero miren, aún así, felicitar es gratis, supone un gesto de buena voluntad y tampoco implica mucho, o sea que reitero mis felicitaciones, cordiales, para usted y para quien tenga usted a bien amar.

Y hecha esta presentación, procedo a contarles algunas cosas de esas que me importan. Hoy, de la mano de la demografía adversa que nos gastamos en estos tiempos posmodernos y, además, del envejecimiento de la población y de la percepción de ello por el conjunto de la sociedad. Aspectos que están relacionados, pero que no son lo mismo. Verán, les pongo en detalles. Hablaba yo sobre las demoledoras proyecciones en materia de superpoblación, que amenazan con un volumen de unos 9.500 millones de personas en el maltrecho planeta Tierra allá para el año 2050. Ni más ni menos. Y lo hacía delante de un grupo de chicos de Bachillerato, con los que compartía las posibles consecuencias de tal cifra de población, inédita en la Historia y que supondrá todo un reto en múltiples campos.

Alguien, al hilo de esto, comentó "Sí, y todo viejos". Mi reacción, al margen de lo esgrimido en vivo y en directo, en tal momento, se plasma además sucintamente en este artículo. Porque el chico, aparte de la evidente falta de gusto al escoger la palabra, y de escupir para arriba, siempre peligroso en lo tocante al paso del tiempo, no fue consciente del error conceptual que cometía. Porque es verdad que nuestra pirámide poblacional es altamente anómala y será aún peor en los próximos años. Pero la misma, surrealista por antinatural, no tiene dichos problemas por estar demasiado abultada por arriba. El problema es abajo. Que haya muchas personas mayores en el futuro no es malo. Es más, es toda una oportunidad, tanto en lo individual -¿a alguien le apetece vivir menos?- como en lo colectivo, en términos de experiencia acumulada por la sociedad y de nuevas oportunidades para todos. Lo grave es que tales personas mayores, por factores diversos tales como una coyuntura económica llena de incertidumbre, cambios en los modos de vida, dificultad de conciliación de la vida personal y la laboral, etcétera, no han tenido los suficientes hijos e hijas como para mantener la proporción adecuada en dicha pirámide poblacional, distorsionándose el conjunto y resultando muy diferente de cualquier banda de fluctuación medianamente aceptable.

Y he ahí el problema. Nuestra sociedad está lastrada en términos de viabilidad demográfica, pero no porque los mayores ahora vivan más y mejor. El problema es otro. Y la falta de capas inferiores en dicha estratigrafía demográfica no puede ser vinculada a que las superiores estén mucho más concurridas. Lo que lleva a la locura demográfica es de otra índole. Bien es verdad que, habiendo pocos jóvenes, estos se encuentran -y lo harán en mayor grado- que hay muchos séniors a quienes, en definitiva, cuidar. Pero, aún siendo tales hechos coincidentes en el espacio y en el tiempo, el problema es la falta de los primeros, no la sobreabundancia de los segundos. En ningún caso.

Mi joven interlocutor, que en la mitad de este siglo tendrá casi cincuenta años, no dispone en este momento de la madurez para analizar este problema en toda su dimensión. Es normal, por su edad e inexperiencia. Pero lo grave es que, como sociedad, tampoco estamos poniendo los mimbres para atajar, de forma valiente y capaz, tales retos. Nos enzarzamos en peleas sobre aspectos mucho más operativos, sentimentales y menos cruciales, y pasamos de puntillas -en el mejor de los casos- sobre los dilemas más nucleares y que más condicionarán nuestra vida futura y la de las generaciones que vendrán. Y, realmente, es una pena. Porque no existe un abordaje real de este problema demográfico, y tampoco tengo claro que este se pueda diseñar y poner en marcha desde las estructuras institucionales, políticas, sociales y económicas vigentes hoy. Hablamos de una estrategia que debe llevar aparejado un cambio de modelo socioeconómico, de alguna manera, de forma que las familias, diversas y plurales, puedan afrontar con garantía de éxito la crianza en niveles mucho mayores.

Nuestra sociedad se muere, tengámoslo presente. Y solamente un cambio profundo podrá arrojar resultados diferentes en términos demográficos, que cambie los modos de poder ejercer realmente paternidad y maternidad y, al tiempo, fije población en vez de expulsarla. Eso y, por supuesto, transformarnos definitivamente, de forma proactiva, clara y orientada a resultados, en una verdadera sociedad de acogida. Porque las personas son nuestro activo más elemental. Y si las mismas se nos van, en caída libre, otras tendrán que venir a apoyar una transición al futuro. Es meridiano.

O sea que, amigo alumno, de "viejos" nada. Las personas o envejecen o se mueren. No hay más alternativas para ninguno de nosotros. Y el hecho de que más personas tengan edades más altas no perjudica a nadie, y sí nos beneficia a todos como sociedad, por lo que nos afecta en lo propio y por lo que podemos convivir y aprender con los demás. El problema, en términos demográficos, es otro. Y debemos abordarlo con mimo, decisión y toda la potencia que reservamos para nimiedades que constituyen verdaderas cortinas de humo que no nos dejan ver lo importante. Y esto, desde todos los puntos de vista, lo es.