Tengan ustedes buenos días. Espero que, por lo menos, algo mejores que los que han ido sucediéndose para mí en las últimas jornadas. ¿Ajetreo? Mucho más que eso... Ya les iré contando. El caso es que, a pesar de todo, hoy es 20 de febrero ya, y seguimos aquí hablándonos de cómo nos va la vida, y qué hacemos nosotros para mejorar la de los demás. Al fin y al cabo, de eso se trata... De vivir nuestra propia historia, apoyando la felicidad del conjunto para alcanzar una sociedad mucho más vivible... Y es que no lo olviden, ni siquiera los átomos de los que están construidas las moléculas que forman parte de nuestras células, tejidos, órganos, aparatos y sistemas son realmente nuestros, sino del conjunto. De Gaia, que decía Lovelock ya en 1969. Y tal grado de solidaridad de todo lo imaginable hace que, si nos va mal, en alguna medida a los demás les vaya peor. Y, consecuentemente, si nuestra ilusión florece, algo notarán los demás.

Y, miren, hoy quiero hablarles de algo muy relacionado con eso, y que tiene que ver con otra cosa sobre la que, a tenor de lo vivido en los últimos días, he tenido oportunidad de pararme a reflexionar... Si les parece, les hablaré de la confianza. Esto es, de la capacidad de articular mecanismos para aceptar la palabra o la acción del otro, más allá de la verificación. No les miento si les digo que me gustan las sociedades edificadas sobre un nivel alto de confianza. Ya saben, esas donde el cestillo de los periódicos y la bandeja con las monedas están en plena calle, accesibles a las personas, y en las que nunca faltan dinero ni periódicos. Yo quiero vivir en un sitio así.

Pero aquí, en nuestro entorno, también existe la confianza, como algo necesario y que a veces se evidencia en nuestras relaciones con los demás. Empiezo con dos pequeñas anécdotas que me han ocurrido estos días, y que son un buen ejemplo de ello. En la primera, imagínese que es usted titular de dos OBE para el pago en autopistas. Y que, por aquello de que a veces pasa lo que nunca acontece, entra usted un día por una de esos puntos intermedios de la AP-9, habiéndose dejado dicho aparato en casa. Del "Tome ticket" ni se da cuenta usted, pensando que va cubierto con el peaje electrónico, hasta que es demasiado tarde. Y al final se va sin ticket y sin que haya sido registrada su entrada en tal punto intermedio. Imagínese que llega usted al punto de peaje y que le explica a la persona que allí se encuentra todo esto. Y que la misma le cree a usted y que, sin necesitar mayor verificación ni datos adicionales, lo consulta con su supervisor y actúa en consecuencia. Y que el peaje a pagar es, precisamente, el que le hubieran cargado a usted si no hubiese olvidado en casa el Vía T. Confianza, ¿no? Y es que, al margen de unos pocos euros -o muchos, viendo lo que ocurre en esa infraestructura, lo que he tratado en no pocos artículos-, eso te alegra el día...

Pero hay más... Además, imagínese que, justo al traspasar el punto de peaje, un agente de la Guardia Civil de Tráfico le da el alto. "Buenos días, caballero. ¿Ha probado usted hoy algo de alcohol?". "Mire, yo nunca he probado el alcohol, en toda mi vida". "De acuerdo. Siga usted, por favor. Muchas gracias". "De nada. Muchas gracias y buen servicio." Confianza. Porque, efectivamente, yo nunca he probado el alcohol. Pero el hecho de que el agente, alcoholímetro en mano, decida que no es necesario su uso, también alegra. Algunos de ustedes me dirán que no, que ese es un primer filtro del que disponen, para analizar las capacidades de la persona en relación con la supuesta ingesta o no de alcohol. De acuerdo, de acuerdo. Pero, de alguna forma, esto también es confiar. Y es importante.

En realidad todo lo relativo al tráfico está basado de forma clara en la confianza. Yo confío en que los demás usuarios de la vía tengan sus condiciones psicofísicas en buen estado como para poder compartir conmigo la tarea de conciliar el transporte de uno con la seguridad de todos. Es verdad que muchas veces tengo la sensación de que confío de más, y en estas líneas he denunciado muchas veces conductas francamente irresponsables por parte de terceros. Pero, ¿saben?, sigo confiando. Quizá es que no puede ser de otra forma, y estoy condenado a ello para no comprometer mi movilidad personal. Sigo confiando, sí, al tiempo que llamo la atención sobre la enorme capacidad destructiva de un cuerpo a ciento veinte kilómetros por hora, más de treinta y tres metros por segundo, que pivota sobre cuatro magros puntos de contacto en medio de otros muchos vehículos... Un artefacto que hay que manejar con una mezcla de respeto, responsabilidad y... confianza en los demás. Algunos quiebran esa confianza, y de ahí la necesidad de medidas represoras... Y aún así...

La confianza en los demás también hace más llevaderas algunas de nuestras cuitas más difíciles. Y, si no, que se lo digan al encantador personal del tanatorio de Emorvisa, de Vigo, entre cuyas salas he pasado también algunas de las últimas horas. Y es que cuando alguien entrañable y especial se va, es importante poder confiar en seres humanos que procuren hacerte un poquitín más fácil lo, de por sí, muy difícil. Generalizando, todo el buen desempeño en todos los puestos de trabajo es, mucho más allá de buena praxis u optimización del tiempo de trabajo, una buena inyección de confianza. Hace falta confianza, como ingrediente imprescindible de cualquier trabajo bien hecho, en cualquier ámbito. En uno de los lugares donde suelo comer, la siempre atenta Mónica me decía ayer una vez más "confía en mí" para seleccionar aquello que me va mejor, por mis problemas con la digestión de las grasas. Brillante. Trabajo muy bien hecho, calidad y, de nuevo, confianza.

Por eso para los profesionales es importante no quebrar la confianza. La ciencia, el conocimiento, el criterio -todos ellos fundamentales- han de ir apoyados y acompañados de la capacidad de producir confianza, en tanto que percepción de la misma por parte del usuario. Por eso me he quedado preocupado también estos últimos días, en otro frente abierto en un hospital, cuando al acompañar a alguien muy querido, avisando varias veces de una poderosa alergia a un grupo de fármacos, la prescripción final fue precisamente de un antiinflamatorio encuadrado en tal categoría, y que hubiese producido graves daños a esta persona tan especial para mí. Uno tiene criterio, rechazándolo y pidiendo una revisión de tal prescripción, que fue finalmente cambiada. Pero, en términos de producir confianza, cualquier prescripción no puede estar supeditada a la capacidad o no de verificación de la misma por parte del acompañante o del usuario... ¿Qué hubiera pasado en otro caso?

Confianza. Fundamental en las relaciones humanas y tan importante en cualquier ámbito profesional que aspire a hacer un trabajo bien hecho, duradero y sólido en sus planteamientos. Porque una sociedad que confía es una sociedad mucho más sólida... ¿O no? Y apunten también... y más feliz.