No sé si es muy normal estar sentado en un tanatorio, velando a tu propia hermana, y reservar un ratito para comunicarme con ustedes. Quizá a alguna persona le haya parecido raro verme, ordenador en ristre, tratando de glosar sentimientos, ideas, ilusiones y penas en estas líneas. Algo que haré, además, teniendo en cuenta que cada uno tiene sus cuitas concretas, y que lo mismo que me pasa hoy a mí y a mi familia con mi Kalalita, les acontece a cada uno de ustedes en diferentes fechas.

No me extenderé mucho, porque no procede dejar a los demás solos en este trance y centrarme en ustedes, pero quiero transformar este homenaje en una glosa del sentido de la vida. O, más aún, en una exaltación de la vida como antípodas de la no vida. Y es que todos arrieros somos, y todos nos encontraremos en el camino. Y todos estamos involucrados en esto.

Miren, he dedicado el artículo Ganas de volar. Y no sé si lo hago porque sé que ella está volando ya en lo más alto, fundiendo cielo y mar con su mirada limpia y sus enormes ganas de vivir, o porque eso es, realmente, lo que yo siento ahora. Ganas de volar, ganas de salir corriendo y, al tiempo, quedarme a charlar con cada uno de ustedes. De compartir sentimientos e ideas. De compartir toda la magia que tiene que ver con instantes que uno no quisiera haber vivido nunca.

Pero la realidad es así, y no hay vuelta de hoja. Hoy se ha ido ella y mañana se irá alguno de ustedes, o yo. Antes han quedado en el camino muchos otros, de los míos y de los suyos, de los de todos ustedes. Y aunque en este momento todos estamos muy sensibles, lo importante es que aprendamos a centrarnos en los que estamos vivos, aquí, y empleemos el tiempo que tenemos, del que nos dota la vida, simplemente para vivir en paz, en libertad y en hacérselo pasar lo mejor posible a todos los demás.

Ganas de volar, de querer, de vivir, de construir, de realizar, de pensar, de aprender, de enseñar... Ganas de volar y construir un mundo más justo. Un mundo donde todos quepamos mientras podamos, que esto tiene fecha de caducidad, aunque parezca a veces que solamente aprendamos esto cuando nos toca tan cerca. De todos modos, y esta es una confesión que les hago, hace ya muchos años que yo me he dado cuenta de tal realidad, y cada mañana empiezo el día siendo bien consciente de lo dichoso que soy por seguir aquí, aparentemente bien de salud, y con la suficiente energía para afrontar una cotidianeidad que a veces es más fácil y a veces menos.

Bueno, les dejo. Solamente quería reflexionar con ustedes sobre la vida y sobre la no vida. Sobre la vida y sobre la muerte, como elemento indefectible para la existencia de la primera. Quería contarles mis sentimientos y, a partir de ellos, mis razones. Y, sobre todo, compartir con ustedes la necesidad de que tratemos de ser felices, siendo bien conscientes de que esto es más un camino que una meta, y que tal estado siempre se acaricia cuando se comparte con los demás.

Yo, por mi parte, seguiré recordando bicas y tartas de todos los tamaños, colores y sabores, cuadros llenos de colorido que visten todas las paredes de mi casa, ese salpicón sin parangón, una sonrisa preciosa, una personalidad elegante, un mundo especial, unos viajes y compañeros de viaje excepcionales y el cariño y la cercanía de mi hermana. Sean conscientes, les ruego, del inmenso regalo que es la vida. Es importante tenerlo en cuenta para que no se nos pase el tren. Un tren que, aunque algunas veces parta sin retorno, siempre nos deja unas inmensas ganas de volar, y el inmenso recuerdo de las personas que han formado parte de nuestra vida y que, a partir de aquí, estarán siempre con nosotras y nosotros.

Cambien la tristeza por buenos recuerdos, y háganlos muy suyos. Así el olvido, el gran aliado de la muerte, nunca penetrará en sus corazones. Les aseguro que en el mío ya vuelan, a día de hoy, personas especiales que han volado y siguen volando sobre el mar...