Se les saluda, en este día de Entierro de la Sardina. Espero que les haya ido razonablemente bien el Carnaval, si es que son ustedes de los que siguen las vicisitudes que en estos días le ocurren a Don Carnal. Quizá han tenido ustedes la oportunidad de pasar algún día en esas fiestas más tradicionales, fuertemente enraizadas en la tradición cultural, en lugares como Xinzo, Laza o Verín, por poner un ejemplo. O han participado ustedes en los tan populares fastos de la coruñesa Calle de La Torre, de los que se acuerda mi madre ya en su niñez. O, quién sabe, a lo mejor su celebración ha sido más gastronómica, y alguna filloa, orella o flor ha tenido a bien ser degustada por quien me lee. Fantástico. O ese lacón con grelos sin parangón, signo de identidad de nuestra tierra...

Hoy el Carnaval termina ya, dejando expedita la vía hacia el final del invierno, que acontecerá en poco más de dos semanas. Como les digo siempre, dos pataditas más, y ya asomará la nariz el verano. Si es que dan ganas de intentar frenar un poco -ya saben que no es posible, pero sería deseable- el curso de las cosas, que esto se nos va de las manos...

Y, entre otras cosas, el que sigue su marcha es el curso escolar. Una aventura en la que ando involucrado, y en la que siempre uno intenta aportar algún granito de arena. No es tarea fácil, y yo creo que esto de la educación, en la que hace veintisiete años hice mis primeros pinitos, es una de las profesiones más difíciles. Se lo aseguro. Y lo corroboro más cada día, escuchando atentamente la peripecia vital de educadores y sus pupilos.

Y es que a la tarea de comunicar y consolidar los conocimientos pertenecientes al currículo de la materia en cuestión, creo que hay que sumar la difícil misión hoy de motivar cada uno de los aprendizajes que se proponen. Vivimos una era difícil -líquida al modo Baumann, como ya hemos hablado en muchas ocasiones- y no es nada extraño que un alumno o incluso un padre te espete algo así como "¿para qué quiere mi hijo conocer el Teorema de Rolle, la obra de Garcilaso o las Leyes de Newton?". Ha habido un proceso en los últimos tiempos por el que se ha primado sobremanera la derivada laboral del hecho del conocimiento. Esta es fundamental, por supuesto, pero no la única. Porque la progresión en el conocimiento es parte del proceso de conformación de la personalidad y la persona y, lejos de la mera memorística y aprendiendo a razonar, es como se preparan futuros ciudadanos libres y con criterio. Se aprende no para encontrar un buen trabajo, que también. Se aprende para progresar en el desarrollo como individuo y para ayudar al conjunto a ser cada día mejor.

Sobre esto he tenido la oportunidad de hablar distendidamente en los últimos meses, con diferentes grupos de alumnos, de distintos niveles educativos. Y a ello suelo sumar una coletilla en la que creo profundamente. Les digo que ellos son, verdaderamente, únicos e irrepetibles. Y que, en un contexto de inteligencias múltiples, cada uno de ellos tiene competencias y capacidades más desarrolladas que los demás. En encontrar el camino de cada uno está el éxito personal, bien entendido que este poco tiene que ver con el oropel ni con lo pecuniario. Éxito es, sobre todo, encontrarse bien haciendo lo que a uno le motiva y satisface.

A menudo uno se encuentra, además, alumnos a los que otros docentes -allá cada cual con su método- les han repetido innumerables veces aquello tan castizo de que "no sirven para nada". Craso error. Yo creo que todo es cuestión de tiempo, de ejemplos, de motivación y, sobre todo, de mucho trabajo. Y es que, además, no hay nada más bonito en la profesión de docente que ver cómo, finalmente, surge interés y resultados donde al principio solamente florecía la indiferencia, el desánimo o el desasosiego.

El primer paso para enseñar es que, cuando te diriges a una clase, seas realmente capaz de ver individuos diferentes, únicos e irrepetibles, con capacidad para socializar, para crecer y para descubrir un mundo infinito a su alrededor, a partir de su contexto y circunstancias. Un mundo en el que coincidimos en el espacio y en el tiempo, y en el que si encontramos las claves para crecer juntos en armonía, todo siempre será más fácil. Si consigues transmitir tal potencial de genialidad a tus alumnos, entonces la suerte está echada...