Tengan buen día, señoras y señores. 9 de marzo, después de una nueva jornada del Día de la Mujer, en un momento clave, de reactivación y paso a primer plano de la agenda pública de la cuestión de la igualdad. Espero que todo haya ido bien ayer y que la sociedad haya seguido aprendiendo, en su conjunto, que es fundamental edificar una sociedad mucho más inclusiva desde la perspectiva del género. Y es que no puede ser de otra manera. Hombres y mujeres, mujeres y hombres, somos personas merecedoras de absoluta dignidad y respeto. Y, como tal, no podemos asumir otra cosa diferente de una plena igualdad, en el sentido de que nadie sea discriminado por ser mujer o ser hombre, desde ningún punto de vista. Es necesario pasar de una vez esa página, bien entendido que hoy todavía no es así. Las mujeres siguen cobrando, en media, mucho menos por igual trabajo, y en todos los ámbitos lo tienen peor, como conjunto, que los hombres. En buena parte del imaginario colectivo aún se les ve más ligadas a los quehaceres propios del hogar cuando, se lo aseguro, los hombres podemos y debemos asumir tal tipo de tareas de la misma manera, sin que haya motivos para que tal asimetría en la asunción de roles permanezca. Es cuestión de voluntad.

De todos modos yo quiero abrir hoy mucho más el foco y no escribir simplemente un artículo sobre el tema del género y la igualdad. De estos ya habrá habido muchos ayer y hoy, y todos estos días, y con su contenido concordaré en lo esencial. Por eso quiero dar un pasito más y reivindicar la idea, mucho más general, de avanzar más en igualdad efectiva en la sociedad, lo cual quiere decir apostar menos por la arbitrariedad y reducir la plaga que más ha avanzado en estos últimos tiempos: la indiferencia generalizada. Y tal apertura de campo no implica que no considere que la perspectiva de género como esencial a la hora de tratar la inclusión y la exclusión en nuestra sociedad, visto el actual estado de las cosas. Ni mucho menos, y retazos hay de sobra en las hemerotecas que ameritan mi posición desde la palabra y desde la acción. Pero, dicho esto, hay más...

Porque, repito, creo que hay mucha más tela que cortar. La discriminación también existe por motivos diferentes al género, de forma que en nuestra sociedad siguen existiendo muchos más lastres para las personas que los derivados de tal ámbito. Algunos, más relacionados con las características individuales de las personas, que son empleadas muchas veces como argumentos excluyentes sin ninguna fundamentación. Y otros, y aquí hemos de reconocer que la nuestra es una sociedad especialmente revirada y puñetera, con el lobby ejercido por determinados grupos de influencia, las redes clientelares de unos y otros y un enorme telón de fondo de indiferencia con aquel que percibimos como ajeno a nuestros intereses y con el que no nos identificamos.

Nuestra sociedad pierde, así, muchísimas oportunidades porque no son los mejores los que nos ayudan a tomar las decisiones correctas, o a los que damos cancha para que progresen en ámbitos donde tenemos que medir mucho nuestras fuerzas con otras comunidades de fuera. Aquí seguimos una suerte de endogamia -ejemplos sobran- y obsoletos patrones de cuna y cabildeo que hacen que, a la postre, nunca acabemos de despegar. Que todo cambie para que nada cambie es el lema oculto de muchos de los argumentos que se desgranan y que dicen pretender cambiar esto, pero muchos puestos de trabajo, por ejemplo, siguen ocupándose en virtud de tales ideas y actitudes. No ya a favor de hombres o de mujeres, sino de individuos bien relacionados o con capacidad de influencia, en detrimento de aquellos realmente mejor preparados, y que más solventes pueden ser para asumir lo derivado de tales obligaciones.

Claro que las mujeres lo tienen peor que los hombres en igualdad de oportunidades, y eso hay que cambiarlo. Pero también otros colectivos y, dentro de los mismos, sean mujeres u hombres, aquellos que no tienen a alguien que mire por sus intereses y los privilegie respecto a los de los demás. Abordar la agenda de la igualdad en virtud del género es importante e inaplazable. Pero debemos ver también el contexto general, y darnos cuenta de que o creemos verdaderamente en excelencia, capacidad y preparación, y lo remuneramos convenientemente, o seremos simplemente bufones, que se dan un barniz de inclusión de vez en cuando, pero que siguen anclados en malas prácticas y en una cuesta abajo clara hacia un riesgo real de empeoramiento como sociedad.