En mis años de escolar tuve como compañeros de clase a hijos de emigrados gallegos que habiendo hecho dinero en Venezuela retornaban a España para emprender aquí nuevos negocios. Unos hosteleros, otros industriales y una tercera clase, los menos, de rentistas con cargo al capital acumulado. Yo fui amigo „todavía lo soy„ de bastantes de ellos y cuando coincidimos me hablan con nostalgia y preocupación de lo que ocurre en el país que tienen como segunda patria. El intercambio entre Galicia (y algo también Asturias) con Venezuela fue muy intenso en aquel tiempo y sin llegar a los niveles de Canarias dejó huella en el acontecer diario de la sociedad pobretona que había sobrevivido a la Guerra Civil. Los escolares del franquismo contemplábamos a los retornados de Venezuela como seres afortunados que habían hecho las Américas, y a Venezuela como el El Dorado poscolombino en el que la naturaleza era pródiga en toda clase de riquezas. Allí había más reservas de petróleo que en cualquier otro lugar del mundo, oro, piedras preciosas y una vegetación lujuriante que daba frutos variadísimos sin casi necesidad de cultivarlos. Y allí crecían también hermosas mujeres que florecían espléndidas mucho antes que nuestras compañeras de Bachillerato. Como, por ejemplo, las hijas del titular del consulado de Venezuela, que tenía su sede justo al lado de nuestro colegio. Unas niñas de once y doce años que lucían un busto propio de un ama de cría. Era el tiempo aquel (1955) de abundancia caribeña, en el que Camilo José Cela escribió por encargo, bien remunerado por cierto, del dictador Marcos Pérez Jiménez, una novela La Catira, que quizás no figura en lugar destacado de su producción literaria. Para documentarse sobre tan sustancioso contrato el escritor padronés recurrió, entre otros, al archivo memorístico de Silvio Santiago, un conspicuo republicano, fundador del Centro Gallego de Caracas y autor a su vez de dos novelas en gallego, Vilardevós y O silencio redimido. Y entre los personajes novelables que le aportó figuraban dos hermanos oriundos de Corme. Uno, capitán de la marina mercante y el otro, más conocido por el alias de "el rey de las máquinas de escribir" que enseñaba mecanografía en un local de la coruñesa calle de Riego de Agua por el expeditivo procedimiento de vendarle los ojos a los alumnos. Con el paso de los años acabamos sabiendo que aparte de sus innumerables riquezas Venezuela era un país abundante en injusticias sociales, lo que dio paso a varios golpes de Estado y a numerosas protestas callejeras duramente reprimidas. Como el llamado Caracazo de 1989 durante la presidencia de Carlos Andrés Pérez, un ilustre miembro de la Internacional Socialista que puso en marcha una reforma económica ultraliberal que dejaba en la miseria a una parte importante de la población. En aquellos disturbios murieron oficialmente 276 personas, aunque organizaciones internacionales cuentan hasta 3.000 desaparecidos. Ahora mismo no sabemos en qué desembocará el enfrentamiento entre el Gobierno bolivariano presidido por Maduro y la oposición apoyada por Estados Unidos y sus aliados europeos. Después del fracaso de la llamada "ayuda humanitaria" se ha producido un gigantesco apagón cuya autoría se desconoce aunque el oficialismo lo achaca a un sabotaje planeado por agentes norteamericanos. El paso siguiente aún puede ser peor.