Agarradla de las tetas", clamaban el otro día desde la grada algunas madres para que sus hijos frenasen, mediante tan expeditiva táctica, a una jugadora del equipo contrario. El hecho, ocurrido durante un encuentro de fútbol infantil en cierta localidad de Galicia, ha despertado la natural indignación, particularmente porque coincidía con fechas de reivindicación feminista. Pero hay que ver el lado bueno de las cosas.

Lo sucedido fue posible gracias a que se trataba de un partido de los llamados de alevines, en los que se permite que los niños jueguen con las niñas (en el mismo equipo y sin discriminación de sexos, quiere uno decir). No habría motivo, ni pretexto, ni ocasión para un incidente así en un match de la Liga de Fútbol Profesional, reducto de machos donde no hay fémina alguna a la que injuriar. Ni Messi ni Benzema tienen pechos que pueda pellizcar el adversario.

Mal parece, desde luego, que los adultos inciten a los chavales a cometer actos de violencia machista; y aun peor que lo hagan damas a las que hay que suponer cierta sensibilidad con las desdichas propias de su sexo. No obstante, la noticia está más bien en que personas del género masculino y femenino jueguen juntas en un mismo equipo, sexualmente mixto.

Aunque lógico, eso sería del todo inimaginable en el fútbol de alta competición, reservado en exclusiva para los hombres. Ni la FIFA ni la UEFA están por la labor de que las mujeres puedan militar en equipos profesionales, aun en el caso de que sean diestras en el regate y el remate a puerta como sus colegas varones. Para eso ya está la discriminatoria Liga femenina, como es natural.

Se da así una paradoja en la que tal vez no hayan reparado las modernas sufragistas. A nadie se le ocurriría vetar el trabajo a una mujer en la mina, en la cátedra de la Universidad, en la construcción, en los vuelos espaciales o cualquier otro oficio que le plazca. Son muy pocos „y pocas, por lo que se ve„ quienes, sin embargo, encuentran anómalo el hecho de que a las mujeres se les prohíba jugar al fútbol para ganar, en pie y patada de igualdad con el hombre, las sumas millonarias que se pagan a Ronaldo, un suponer.

En la propia Galicia donde sucedió el bochornoso lance que da pretexto a esta croniquilla, una joven futbolista tuvo la osadía de reclamar la ficha federativa que le permitiese jugar en un equipo de chicos. De nada valió que los que iban a ser sus compañeros la apoyasen en tan lógica demanda, ni aun el dato de que la solicitante apuntase excelentes maneras y un fino toque de balón. Paternalmente, las jerarquías futbolísticas dictaminaron que las mozas y los mozos pueden mezclarse en la discoteca; pero jamás sobre el césped de un estadio.

Salvo en la antigua Sudáfrica, cualquier equipo que rechazase a un jugador por motivos de raza o de creencias sería inmediatamente sancionado, con toda justicia; pero nada ocurre cuando esa misma segregación se practica por razones de sexo. No es pequeña cuestión, si se tiene en cuenta que el del fútbol es uno de los pocos negocios en el que los trabajadores (aquí no hay trabajadoras) ganan dinero a patadas. Y esa sí que es una discriminación flagrante, como todas las que tocan al bolsillo.

Lo que las damas de la grada estaban proclamando el otro día, aun sin saberlo, es que el fútbol es cosa de hombres, como antiguamente el coñac. Absténganse las propietarias de tetas.