Leo que en la comunidad de Madrid ha habido durante el año pasado nada menos que 3.323 manifestaciones, casi diez al día, imagino que todas ellas legales y ajustadas a los reglamentos. Como es lógico, la gran mayoría de las protestas tuvieron lugar en la capital, que para eso es la ciudad mayor de España y la que cuenta con más eco a la hora de tomar la calle.

Manifestantes, los hay de todo pelaje pero la izquierda, eso que corresponde hoy a lo que era antes la izquierda „convertido ya en otra cosa, que poco tiene que ver con las Internacionales, el socialismo o los parias de la tierra„, es la que se lleva la palma. En la última de las grandes concentraciones, la del 8 de mayo, la reivindicación histórica del feminismo, la de la unidad tras la condición de mujer, saltó por los aires al adueñarse de la manifestación la ideología digamos radical, con la ayuda importante del color morado „que nada tiene que ver ya con la bandera de Castilla„ como insignia. Pero tanto el propósito como las consecuencias de convertir a la capital en un caos coinciden, al margen de cuál es el color político de los manifestantes. Incluso cuando las cifras de los asistentes son dudosas, siendo así que los organizadores proclaman siempre un total que supera en muchos órdenes al admitido por las autoridades municipales.

Si el propósito esencial de cualquier protesta, ya sea en forma de huelga o de concentración en las calles, es el de presionar a quienes mandan „empresas, instituciones, ayuntamientos, gobiernos„ para torcer según que voluntad o enmendar algún que otro agravio, las diez manifestaciones diarias de Madrid buscan y obtienen algo muy distinto. Se trata en realidad de exasperar a los ciudadanos que, ajenos en cuanto a culpa de los motivos de la protesta, sufren sus resultados. Rara será la persona al volante de un automóvil que no haya perdido los nervios al verse atrapada en los colapsos del tráfico. Pues bien, resulta dudoso saber si ese éxito a la hora de detener la ciudad redunda en los beneficios buscados por los manifestantes. Hay la impresión de que la huelga de taxistas y los cortes de tráfico que supuso cuando los chóferes asfixiaron el acceso al aeropuerto, por ejemplo, fue muy negativa para los intereses del gremio. Pero otras protestas, como las de las batas blancas, sirvieron para detener el disparate de la privatización de la sanidad, y el movimiento contra los desahucios hipotecarios logró incluso que surgiesen nuevos grupos políticos. Pero lo que resulta bastante claro es que quien tiene prisa por llegar a su destino y se ve detenido en un atasco interminable maldecirá las manifestaciones al margen de los propósitos de los convocantes. Como son muchos quienes sufren esas molestias, a la presidenta Esperanza Aguirre se le ocurrió montar un manifestódromo en las afueras de Madrid para que los levantiscos diesen todas las vueltas al circuito que quisieran sin molestar. En su momento parecía un disparate pero, con diez manifestaciones diarias, igual es como para pensárselo