Frente a la incertidumbre de hace unas semanas, la demoscopia empieza a dibujar un perfil claro de cara a las próximas generales. Se reduce el número de indecisos „que se situaba en el 40% hace apenas un mes„ y se consolidan determinadas tendencias. Nadie duda „ni dentro ni fuera de los partidos„ que el PSOE va a ganar las elecciones y que Pedro Sánchez saldrá reforzado del envite. El total de diputados o el tanto por ciento de votos que obtendrán los socialistas resulta ya más debatible, aunque las últimas encuestas sugieren una cifra redonda en la frontera del 30%. La caída abrupta de Podemos forma parte también del núcleo duro de certezas que se van afianzando. Las fuertes polémicas internas en el seno del partido, la ruptura con Errejón y el pecado original del chalé en Galapagar han dinamitado la credibilidad de la candidatura de Iglesias, que busca ahora en el enfrentamiento directo con Vox la palanca para activar el voto más izquierdista. Por supuesto, queda por saber cuál será la magnitud del trasvase de voto útil hacia el PSOE, pero cabe pensar que significativa. El paisaje de la izquierda retorna al viejo sendero del bipartidismo.

Pero no el conservadurismo ni el centro liberal, que se reparten en tres grandes porciones, afectando lógicamente a sus posibilidades de gobierno. La Ley d'Hondt no favorece el voto dividido y esa es la lección inmediata que se deduce de las primeras encuestas: incluso repitiendo el total de votos, la suma de PP, C's y Vox se traduciría en un menor número de diputados que ahora. Sin duda, el mayor desafío lo tienen Casado y Rivera, cada uno por motivos distintos. El candidato popular llega a las elecciones con un boquete abierto que beneficia al momento Vox. En su contra juega el cansancio de la marca, la metástasis de la corrupción, el cisma interno „Casado todavía no controla el partido„ y una cierta hiperventilación que molesta a sus votantes más moderados. De confirmarse los peores augurios, no obtendría ni noventa diputados; en el mejor de los casos, se iría a los cien. En cuanto a C's, la ansiedad por crecer rápido en todas direcciones les ha conducido a una difícil encrucijada que, en lugar de sumar, puede hacerles perder votos. Técnicamente, su emplazamiento resulta también complicado ya que la polarización juega en contra de los espacios intermedios y de los discursos excesivamente alambicados. C's ve que no logra captar votos en el centroizquierda y que también los pierde por la derecha en dirección hacia Vox. Y la clave europeísta no parece funcionar lo suficiente como gancho. No, al menos, por ahora. Por supuesto, la ola en estos momentos favorece al partido de Abascal que, sin embargo, también cuenta con un techo que pronto se pondrá a prueba, al igual que sucedió con Podemos hace cuatro años.

¿Sumará el PSOE con el independentismo y Podemos o lo hará con C's? ¿Es viable que Sánchez pacte con Rivera cuando es patente su mala relación personal? ¿Y buscarán de nuevo los diputados soberanistas la confrontación directa con el gobierno, como parece sugerir la elección de candidatos duros para el Congreso, frente a los más pragmáticos? La aritmética parlamentaria decidirá la solidez de los pactos, aunque el pronóstico en este punto se oscurece forzosamente. Las tensiones no se van a resolver mientras las élites no sellen un pacto de no agresión. Por desgracia, a medio plazo la inestabilidad parece garantizada.