El ministro Borrell visitó con su séquito Etiopía, un día antes de la tristísima tragedia aérea. 157 personas fallecidas, dos españolas. Cifras terribles, que a todos nos impactan y conmueven.

Dolor profundo en un aeropuerto modernizado recientemente para recibir mandatarios y /o negociantes, tanto monta, y atrincherado por infranqueables controles, no sea que al empobrecido (que no pobre) pueblo etíope de barrios adyacentes se le dé por acercarse y preferir habitar en las instalaciones de esta semiurbe aeroportuaria que han montado unos cuantos para unos pocos, al lado de sus insalubres chozas de a diario.

Discurseó Borrell, en Addis Abeba, sede permanente de cumbres internacionales de la Comisión Económica de las Naciones Unidas para África y de la Unión Africana, que comparte nombre y cometidos, con nuestra Unión Europea, residente en Bruselas. Dos calles tiene Addis, la de esta Institución y la de la Embajada Americana, rectilíneas, sin baches y pulcramente alumbradas. Parecen pertenecer a otro universo, al contexto de las promesas de esa Europa falabarata, que riega sueños con miseria. Las instituciones se mantienen erectas, custodiadas por una figurada guardia pretoriana que evita el trasiego de población de a pie desnutrido. Addis Abeba, aleatoriamente indispuesta, se desparrama en el mapa, con carencias vitales en la planificación urbanística, saneamiento y dotaciones mínimas. Recrecida, superpoblada de dolor histórico, dictaduras y colonizaciones, como demuestra su Little Italy, barrio próximo al reluciente Bussiness Center, también llamado Unión Africana.

Una tierra fértil, pero corrompida por quienes la expolian, saquean indignamente y esclavizan su futuro y a sus jóvenes: ellos y ellas escapan de esta humillación, atragantando sus pesadillas en las fronteras del país. Si llegan a Europa, les gritan "¡refugiados. quedaos en vuestra tierra!", voces malsonantes, llenas de ira. Pero no pueden volver. En Etiopía en 2019, se pudren seres humanos, esclavas sexuales, secuestradas de las aldeas o jornaleros sin jornal que desfiguran manos y derechos en granjas y plantaciones. La producción de las entrañas etíopes no la cata su pueblo: los frutos son directamente capitalizados y degustados por los millonarios y desérticos Emiratos Árabes (hay petróleo, pero no tierras cultivables, así que el alimento ecológico y biosaludable lo sirve en bandeja Etiopía, su huerta privada y de sirvientes baratos. Y tanto).

No se oye un tiro en una barricada, pero ante esta crisis descrita, el éxodo de sus habitantes ha empezado, acelerado por el cambio climático que devasta sus esperanzas.Pese a ello, por esta huida hacia adelante ni siquiera obtienen „ni tendrán jamás„ estatus de refugiados en Europa. "En Etiopía no hay guerra, no tienen motivos para irse". Señor Borrell, cero derechos. No lo olvide, si se atreve a mirar a los etíopes, a la cara. Cero derechos. Allí y en Europa. Profetiza Borrell un gran Futuro en África."Con mucho potencial para todo tipo de empresas europeas y españolas". Gracias por explicar tan claramente sus planes, ministro. Neocolonización, es algo muy diferente a lo que se espera de inversiones en cooperación al desarrollo .De hecho, ya es presente la brutal devastación del Amazonas etíope, el bellísimo Valle del Omo, cuna de civilizaciones milenarias y con reductos antropológicos impresionantes. Proliferan hoy constructoras chinas vomitando urbanizaciones turísticas a su paso, sorteadas de carreteras que dejan en arteria abierta la exvirginidad del Valle. Sostiene usted que "la solución empieza en la escuela". Obvio, señor Borrell. Tiene usted razón. Explique, eduque aquí, en nuestras escuelas, instruya a nuestro alumnado que significa cooperar y que implica esta neocolonización, cuya bandera fue usted a apuntillar en un suelo incauto: no hay planes para el progreso real de los pueblos. Pásese por favor un momentín por un almacén de refugiados, por los varios campos de concentración de personas de Sicilia, o de Lampedusa. Están saturados. Millares de etíopes llegaron a las costas de Europa en grandes barcazas de muerte y engaño. Pagaron con sangre a las mafias libias sus billetes a Europa, su libertad como esclavas sexuales o en los campos de cultivo. Tienen quince, diecisiete, catorce años. Sí, ellos son los "menores no acompañados" que estan hacinados, recluidos, abandonados a su destino. Ellos y ellas también tenían sus propios planes para "el progreso de Etopía", su tierra.

¿Conclusión?:

Europeos: tenéis un gran futuro en África. Africanos: no tenéis futuro... ni allí ni aquí, y por ahora, parece que en ninguna parte. África extiende su alfombra roja al paso del explotador. Pero su gente, zozobrando en su patera vital, no es bienvenida en Europa.

Sálvese quien pueda.