Para poner fin „al menos por mi parte„ a la temporada de degustación de la lamprea cojo el tren en la estación que antes se llamaba de Santiago, para distinguirla de la principal y más importante que era la del Norte. Esta última desapareció víctima del urbanismo especulativo para dar paso a uno de esos gigantescos centros comerciales que abominaba el Nobel portugués José Saramago, y ahora todo el tráfico viene y va por la terminal que acaba de ser remozada. La lamprea de este año ha sido eminentemente ferroviaria puesto que ese fue el medio de transporte que utilizamos para acceder a ella y, vista la experiencia positiva, habría que sugerir a Renfe que la incluya entre sus rutas temáticas (como la del vino o la termal) ya que en muchos casos, los restaurantes donde se guisa el sabroso ciclóstomo no quedan lejos de la estación, o del apeadero. Y en alguno, como el de Catoira, la puerta de salida del vagón es colindante con la de entrada del establecimiento hostelero. Yendo en grupo, (y muy importante, con el descuento de mayores de sesenta años) la combinación del tren y del taxi es hasta más económica que la autopista y tiene la ventaja de permitir que el que hace de chófer pueda expansionarse más a gusto en la mesa sin temor a que, de regreso a casa, lo multe la Guardia Civil por superar el grado de alcohol permitido. Como iba diciendo, esta vez cogimos el tren que algunos llaman el "Ave interior", y en hora y cuarto nos dejó en el andén de la estación de Vigo-Urzáiz. Allí nos esperaba un grupo de amigos comandados por Rafael Luca de Tena para trasladarnos por carretera al lugar de Penso, un punto intermedio entre Monçao y Melgaço, ya en tierras de Portugal. El objetivo científico de la cita era comprobar si „como nos habían dicho„ en el restaurante O Jardim se había producido el milagro de encontrar una tercera vía para cocinar la lamprea. Una fórmula ecléctica entre el modo portugués de hacerlo y la variante española, o la gallega que también incorpora algún matiz distinto. Para los paladares españoles, y gallegos, la lamprea guisada al estilo portugués está cargada excesivamente de especies y adolece también de pasarse con el vinagre. Un pecado perfectamente disculpable porque somos hijos de nuestra historia y de nuestra cultura, incluida en lugar preferente, la forma de cocinar. (Los españoles, por ejemplo, le suelen echar ajo y cebolla a casi todo lo que cae en la sartén). Lo cierto es que, la lamprea al modo del restaurante O Jardim estaba, como ahora se dice, espectacular. Al término de la comida felicitamos al dueño, Fernando Rodrigues, que estaba muy contento con la medalla de oro conquistada por uno de sus vinos blancos en un certamen internacional que tuvo lugar en Alemania. Y le dedicamos un recuerdo a los amigos que ya no pueden disfrutar de estos buenos ratos de confraternización gastronómica transfronteriza como Pancho Santamaría, o Juanito González Boullosa, el hombre que mejor diagnosticó el PDI ( a Puta da Idade). Luego volvimos al tren.