El trasvase continuo de políticos de un bando a otro lleva al ciudadano la confusión propia de un ciquitraque. Es el trajín de una democracia de quienes in extremis se niegan a regresar a sus oficios primigenios; mientras, en el horizonte, se atisban alianzas reveladoras, falta de ideas y, sobre todo, de enormes ansias de poder. Ante tal panorama, conviene reflexionar que estas coaliciones son buenas para la aritmética, pero malas para la geometría. El ciudadano no puede resignarse a votar, pagar y callar, mientras el agotado gobierno "vistoso" de Sánchez se desliza por su mortadelismo rampante y apura la chicharra propagandística pregonando las expletivas bondades de su ingeniería social. Nadie, en estas cuatro décadas de democracia, ningún presidente como el actual, ha contado con tantos medios públicos para optar a ser elegido. El transversismo político que se registra, explicado por Ciudadanos como "regeneración", no convence al personal, generalmente aturdido cuando se le explicita como "una manera de atraer talento" y se le recuerda a su líder Rivera, la calificación que le mereció hace poco tiempo el rescatado exministro Corbacho, como uno de los peores de cuantos habían ejercido la cartera de Trabajo. Estas maniobras, carentes de buena conducta política, parecen indicar que habrá dificultades para formar mayorías poselectorales, de modo especial con los nacionalistas, siempre propicios al "cupo" o arancel. Puede, asimismo, repetirse un gobierno de progreso, o sea, de marcha atrás, endogámico, recurso que algunos partidos, como el socialista, llevan en su ADN con gran impaciencia. Cuando todavía resuena el eco de los grandes festivales cinematográficos, recordamos las palabras de Dustin Hoffman: "La política y el cine progre son las mismas cosas: su objetivo es hacer creer lo que no es cierto".

Otrosí digo

En el ámbito nacional, como en el regional, hace falta una catarsis. El bisturí debe aplicarse tanto en las propias autonomías, particularmente en el Parlamento, como en las Diputaciones, Ayuntamiento, Universidades y otras instituciones oficiales. En cuanto a los partidos políticos se debe limitar su número, como se exige en el reglamento. Hay que reducir la proliferación de opciones minoritarias, exóticas y personalistas, siempre deseosas de participar en el bebedero de los pactos.