Tengan ustedes buena jornada, llueva o haga sol en este marzo de tiempo cambiante. Un día que, como siempre, será bueno o malo en función de cómo nos haya ido y nos vaya en este mismo momento y en los precedentes. Y es que piensen ustedes que vivimos en una realidad muy dinámica, en la que la misma fecha que para unos es motivo de alegria por un nacimiento o por algo muy especial, para otros es un día aciago, por un fallecimiento o alguna cuestión similar. Y, así, cada jornada... Por eso es bueno ir con cautela y comprender, tal y como decía hace un momento, que un momento maravilloso para unos puede ser, precisamente, la peor temporada para el de al lado. La vida es así...

Y, ciertamente, es seguro que donde se está pasando mal ahora es en Christchurch, la ciudad neozelandesa donde se produjo ayer un doble ataque terrorista, con el macabro resultado de cuarenta y nueve personas „únicas e irrepetibles„ muertas, a la hora de redactar este artículo, y una veintena de heridos graves. Ya ven, una nueva salida de pata de banco cometida por seres verdaderamente tocados en lo más profundo no ya de sus razonamientos más íntimos, sino más allá. Y es que una cosa es pensar lo que sea, por revirado que esto sea, y otra pasar a la acción. Para esto último hace falta superar muchos umbrales y líneas rojas, ¿no creen?

El caso es que el objetivo de tales interfectos ha sido en esta ocasión la comunidad islámica de la ciudad, ya que los asaltantes han irrumpido en dos mezquitas abriendo fuego con armas semiautomáticas. Una barbaridad sin paliativos, tan execrable como todas aquellas que nos sorprenden y ponen un nudo en la garganta, independientemente de la excusa que se planteen sus autores para masacrar y destruir. Y es que, ténganlo claro, la idea en todos los episodios luctuosos que nos han sobresaltado, llámenle ustedes Madrid, París, Londres, Orlando, Oslo, Nueva York, este en Christchurch o el que sea, es la misma. Hay seres que matan buscando una excusa para ello, fundamentada en el odio y en su propia incapacidad de comprender su contexto y a los demás. Pero, en todos los casos, el problema no hay que buscarlo fuera, sino en su propio interior.

Es por eso que me he permitido usar un término que está en estudio para su inclusión, pero que aún no figura en el Diccionario de la Real Academia Española, como título de este artículo. Pero, ya ven, entre interrogaciones, poniendo en duda de que tal presunto supremacismo sea verdaderamente la causa de este desastre. Porque las personas que cometen semejantes barbaridades no son supremacistas, equivocados al creer que una raza, una religión o un color de piel son superiores o tienen más derechos que las otras. No. Son personas con una patología social y mental de tal índole que no se arredran en realizar en la práctica sus propias ensoñaciones. Son, lisa y llanamente, asesinos.

La comunidad islámica, en este caso, es la destinataria de la ira y de la acción violenta de tales personajes, igual que lo fueron la comunidad gay en Orlando o el conjunto de la sociedad civil en los terribles atentados de París, Nueva York o Madrid, entre otros. Es importante que las personas de bien comprendamos, repito, que el problema no es el islamismo, el cristianismo, el ser de derechas o de izquierdas, gay o heterosexual. El problema es la cabeza de cuatro y, tantas veces, el caldo de cultivo de frustración de una sociedad global excluyente, compleja y competitiva, que fomenta el aislacionismo y el culto a lo individual. Con tales mimbres, y otros muchos, existen individuos al margen de la sociedad, inmersos en sus propias y discutibles entelequias y, a menudo, lastrados por una falta de educación equilibrada evidente. Y estos los hay en Nueva Zelanda, en los Estados Unidos y, también, aquí. Y ese es el terreno donde, desde mi punto de vista, hay que actuar.

En fin... Lamento mucho lo ocurrido en nuestras antípodas, en un país tranquilo y cuyos valores colectivos distan de lo exhibido por quien ha roto tantas vidas por nada. Bien que lo siento. Mientras, la vida sigue, y los más pronto olvidaremos lo ocurrido. Pero a otros les marcará indeleblemente. Y aún peor para los que se han llevado la peor parte. Ellos ni estarán...