Según Mula, la última película de Clint Eastwood, el transporte de drogas por carretera puede ser buena alternativa al sistema privado de pensiones. Si no se puede ser clase pasiva a los noventa años hay que permanecer activo y un excombatiente de Corea sin una multa de tráfico en su historial y desahuciado por impago debe saber olfatear las oportunidades. (No se asuste: aquí hablan de los planes privados de pensiones los bancos que invierten fortunas en cannabis y otras drogas de previsible legalización).

En sus viajes con una furgoneta cada vez más cargada Eastwood ve que ganarse la vida, incluso como transportista de un cártel, ocupa demasiado tiempo y que el trabajo se degrada en cada nuevo jefe, en pos de mayores beneficios y en pro del menor respeto a las personas, lo que vale para las mafias y para el fascismo de empresa, legal en sociedades democráticas.

En las carreteras de Estados Unidos la policía es un instrumento del terror. Ser parado por una patrulla pueden ser "los cinco minutos más peligrosos de la vida de alguien" y un nonagenario apaleado y triste es percibido como un grave riesgo por varios agentes armados y jóvenes.

Cada generación es hija de su tiempo. La actual tiene de educadores golfos a las empresas tecnológicas y está ausente de sí misma. Una ideal generación de la guerra de Corea puede pasar del transporte de drogas al juez con la integridad moral íntegra, declararse culpable y renunciar al victimismo en nombre de la responsabilidad personal.

No leerá que Mula es una gran película de Eastwood, aunque sea menos plana que las estupendas, la animen el humor y algunas sorpresas e implique en la suerte del protagonista más que otras. Ojalá no sea la mejor en sus próximos 10 años.