Por si faltaba algo aquí para animar la precampaña, ha tenido que salir el presidente de México a reclamar a nuestro monarca y, de paso, al papa Francisco que pidan perdón por los abusos de la conquista bajo el signo de la cruz.

Si tuviese la Iglesia que pedir perdón por todos y cada uno los crímenes cometidos en su nombre a lo largo de la historia, y no sólo en América, llegaríamos al día del juicio final y no habría acabado. Y de los de los colonialismos, y no sólo del nuestro, sino también de otros que llegaron hasta el siglo XX, como el francés, el belga o el británico, mejor no hablar.

Ha bastado en cualquier caso que Andrés Manuel López Obrador buscara esa forma de hacerles olvidar por un momento a sus compatriotas el hecho de que, tras 200 años de independencia, uno de cada siete indígenas siga viviendo en la exclusión y la pobreza, para que saltara aquí como un resorte toda nuestra derecha.

Es "un insulto", una "auténtica afrenta a España, que no voy a admitir", dijo el líder del PP, Pablo Casado. Es una "ofensa intolerable al pueblo español. Así actúa el populismo, falseando la historia y buscando el enfrentamiento", sentenció, por su parte, Albert Rivera, de Ciudadanos.

Por si no bastaba con Cataluña, ya tiene nuestra derecha sin complejos un nuevo mazo con el que golpear a "esa izquierda acomplejada", a la que Casado acusa de reescribir "la leyenda negra de España (?), una de las naciones más importantes de la historia de la humanidad".

Por si decaía en algún momento el tema del independentismo catalán, por si empezábamos a sentirnos ya un tanto aburridos con el interrogatorio de los acusados y testigos de la intentona separatista, ha venido ahora el presidente de "un pueblo hermano" a animar nuestro cotarro.

¿Pedir perdón? ¿Un caballero español? ¡Imposible! Y mucho menos por algo que ocurrió hace ya 500 años. Si tuviésemos que pedir perdón por todo lo que hicieron nuestros antepasados en el ancho mundo, desde Flandes o el Milanesado hasta la Tierra del Fuego, ¿cuándo acabaríamos?

Nos da igual que se hayan disculpado ya otros por sus crímenes: los alemanes por el Holocausto, aunque no por otros genocidios como el de la africana Namibia; los japoneses, por sus crímenes de guerra y por las esclavas sexuales de las que se sirvieron sus soldados. E incluso nuestro rey emérito, por la expulsión de los judíos de la península.

Claro que otros, por ejemplo, Estados Unidos nunca ha pedido perdón por sus crímenes: entre ellos, las bombas que arrojó al acabar la Segunda Guerra Mundial sobre la población civil de Hiroshima y Nagasaki. ¿Cómo iba a necesitar pedir perdón por algo así el país del destino manifiesto?

De todo lo que uno ha leído últimamente sobre el posible motivo del político mexicano para plantear este nuevo debate, me quedo con unas declaraciones a El País del historiador Alfredo Ávila, de la Universidad Autónoma de México: "López Obrador se educó cuando los libros de texto de las escuelas decían que todos los mexicanos descendemos de los mexicas. Son ideas difíciles de quitar".

Dicho esto, uno tampoco acaba de entender por qué no nos resulta aquí tan difícil pedir perdón. Y, sobre todo, por qué nos sentimos tan rápidamente agraviados por cualquier crítica que venga de fuera. Debe de ser ese falso "orgullo español".

Como el de nuestro Pablo Casado, que nos ha prometido que, en el caso de llegar al Gobierno, celebrará por todo lo alto el próximo año el quinto centenario de la llegada de Hernán Cortés a México "como hacen las grandes naciones". Nada mejor para resolver los problemas de los españoles.