Nueve días antes de las generales de 2015, el presidente de Ciudadanos anunciaba la cesión de sus votos al PP. Gracias a esta torpeza sin precedentes, Alberto Carlos Rivera debía conformarse con 40 escaños en el Congreso, muy por debajo de las predicciones. La concesión gratuita a Rajoy se prolongó en las elecciones del año siguiente. El secreto mejor guardado de 2016 es que la marca naranja de los populares fue el partido más castigado, al hundirse hasta los 32.

Las evidencias no rebajaron el entusiasmo de Rivera por el PP. En la moción de censura de junio del año pasado, Ciudadanos fue el único grupo que apoyó a Rajoy, con un fervor superior al palpable en las desoladas filas populares. Hasta la canaria Ana Oramas emigró a la abstención, al confirmarse que Sánchez era inevitable. Con estos antecedentes, la campaña de las andaluzas empezó con la única duda sobre el momento en que el presidente naranja se abrazaría al partido a su derecha. Y en efecto, aprovechó una entrevista radiofónica para avanzar que se sumaría a cualquier cambio en la Junta. Así bloqueaba el posible sorpasso en la derecha, y se mantenía a distancia de la lista de Moreno Bonilla.

Rivera ha vuelto a hacerlo, ahora "tendiendo la mano" en A Coruña al PP. Desde luego que no actúa por subordinación, sino por "obligación patriótica". El líder de Ciudadanos renuncia pues a las generales de abril, y se proclama fuerza subsidiaria del representante del bipartidismo por la derecha. Quienes mueven los hilos de Rivera, han logrado un muñeco de lo más obediente. Con Arrimadas relegada a la copia de una mujer Almodóvar, el partido que debía regenerar la socialdemocracia y el liberalismo acabará en pálida copia de UPyD. Misión cumplida, Ciudadanos solo nació para contraprogramar a Podemos y hasta un abrumado Casado se siente hoy obligado a sofocar la pasión desatada de su vecino.