Valle Inclán viajó a México "porque se escribe con equis", según razonaba en su día el eximio escritor y extravagante ciudadano. Parecida lógica aplica ahora el presidente mexicano López Obrador para exigirle al rey de España que pida mil perdones por las tropelías que los súbditos de Isabel y Fernando perpetraron en aquellas tierras hace medio milenio. Vaya memorión el del presidente.

Los imperios, es lo que tienen. Entran en otros países sin llamar a la puerta ni pedir permiso; y luego imponen „o legan, según se vea„ sus costumbres, su lengua, su tecnología y también sus malos hábitos a la población local. No hay más que ver el spanglish que se habla hoy en España por influencia del imperio de los Usacos; o la copiosa utilización de internet, las redes sociales, los móviles, el WhatsApp y otros felices inventos que nos conforman la vida bajo el patrón de la metrópoli trasatlántica.

Obrador, que es técnicamente un gachupín (como allá denominan a los españoles establecidos en México), parece ignorar que fue un clérigo de los que acompañaban a Colón el primero en denunciar a los propios reyes „que le pagaban el viaje„ algunos de los desmanes cometidos por los conquistadores.

Relataba, por ejemplo, Fray Bartolomé de las Casas la negativa del cacique indio Hatuey a confesarse para ir al cielo, una vez informado de que el paraíso estaba lleno de "tan cruel gente" como los cristianos. "Prefiero ir al infierno, por no estar donde estén ellos", dijo el indígena al padre Olmedo, que lo instaba a poner sus asuntos en orden con Dios. Real o adornada, la anécdota no puede ser más reveladora, en la medida que los imperialistas admitían ya sus pecados sobre la marcha.

Algo de provecho habrán llevado allá, además de ferretería bélica y matanzas, aquellos aventureros que se adentraron, por error de cálculo, en tierra incógnita.

Si Obrador quisiera preguntarse, como los insurgentes de "La vida de Brian", qué es lo que han hecho por América los romanos (en este caso, españoles), la respuesta sería una muy larga relación. Por no agotar el inventario, podrían citarse las universidades, la arquitectura, los hospitales, el arado, la metalurgia, el urbanismo, la ingeniería civil y el primer ensayo de globalización de la economía.

Gran parte de eso, incluida la lengua, lo había recibido antes Hispania de otro imperio que sojuzgó a sus primitivos habitantes. La madre Roma les impuso „y también les legó„ su idioma, su Derecho, las sólidas obras públicas que resisten al tiempo y hasta el sabio trazado de las calzadas que todavía hoy son la base de la red de carreteras.

A cambio, cierto es, los romanos se llevaron a carretadas el oro de Las Médulas y del Sil, además de someter a sangre y espada a quienes se atrevían a hacerles frente. Pero, lejos de reprochárselo dos mil años después, los españoles „gente rara„ organizan fiestas como el Arde Lucus o la Fiesta del Olvido para homenajear a aquellos imperialistas que, a pesar del saqueo, tantos y tan decisivos avances les aportaron.

No es, infelizmente, el caso del nacionalista López Obrador, empeñado en alancear molinos de viento de la colonia quinientos años después de aquel conflicto lleno de luces y sombras, como todos los de orden imperial. Menos memoriosos, los españoles de hoy se toman con más amplia perspectiva lo de Roma y hasta los ocho siglos de dominio árabe en la Península. Será que aquí la gente es menos religiosa en lo tocante a la confesión y perdón de los pecados. A diferencia del evangelizado Obrador.