Me manda un amigo un vídeo que hizo el mismo y en el que se ve y escucha a un pequeño grupo de personas de distintas edades, entre ellos una muchacha, tocando una melodía con unas dulzainas y unos tambores.

Portan una pancarta en la que puede leerse Asociación Serranía de Guadalajara y están junto a la estatua de Federico García Lorca erigida frente al Teatro Español en la madrileña plaza de Santa Ana, hoy invadida de terrazas y turistas.

Los observan con interés y evidente deleite unos pocos transeúntes hasta que aparece la policía municipal que, tras fijarse en la pancarta, les dicen que no pueden seguir tocando.

Con seguridad han participado esas personas en la multitudinaria manifestación celebrada ese día en la capital de España en defensa de la España rural, de la que, tras décadas de olvido, se han acordado de pronto todos los partidos.

Mi amigo no oculta su indignación por la intervención de la policía cuando, según me cuenta, él y muchos otros madrileños tienen que soportar con frecuencia en el casco histórico de la capital la música a todo volumen de quienes ensayan para las procesiones de Semana Santa.

Volvió a encontrarse a los músicos, según me cuenta, algo más tarde en la plaza Mayor, y le dijeron que otros policías no les habían puesto problemas, lo que le hace a uno preguntarse si existe una legislación de obligado cumplimiento o está uno siempre sometido al humor de un agente de la autoridad.

En cualquier caso, razones más que abundantes tienen para protestar por el abandono de la España rural como lo hicieron ruidosa, pero al mismo tiempo jovialmente, esas decenas de miles de manifestantes llegados a Madrid.

Se ha escrito que hay más de una veintena de provincias despobladas en España y que solo un 5 por ciento de la población del país vive en más de la mitad del territorio. Y ante la inminencia de las elecciones, los políticos, esa especie mayoritariamente urbana, se ha acordado de pronto de esa España.

Se piensa que si movilizan, pueden decidir la orientación del próximo Gobierno, como lo decidirán también los jubilados que defienden sus pensiones, las feministas que no quieren que sean otros quienes decidan sobre su cuerpo, o los jóvenes, preocupados por el futuro del planeta.

El sistema electoral español se diseñó de forma que el voto conservador del campo frenase el crecimiento de la izquierda, pero esta vez podrían cambiar las cosas en función de cuál sea el resultado en las provincias con cinco o menos escaños.

Quienes habitan la España rural tienen abundantes motivos de agravio: la pérdida de servicios básicos como escuelas, centros médicos, transportes públicos, buenas infraestructuras y todo lo que contribuye a la igualdad de oportunidades y a la calidad de vida.

Mientras las macrociudades se llenan de parados y trabajadores cuyos sueldos apenas les alcanzan para pagar el alquiler, y se vuelven también cada vez más difíciles de gestionar, en los pueblos hace falta gente joven con ganas de trabajar: no sólo en el campo sino también en las nuevas tecnologías.

Que vayan a protestar al centro de Madrid los que allí quedan con pancartas, tambores y dulzainas es lo menos que pueden hacer. Mal que le pese a algún malhumorado policía.