El Palacio de María Pita anda estos días metido en transiciones. No porque se acerquen las elecciones municipales, aunque nada es ajeno a ese hecho y, ahora mismo, en todo lo que sucede en el Ayuntamiento se percibe un cierto aroma a napalm por la mañana.

La transición a la que me refiero es la retirada del escudo franquista de la vidriera de la escalera presidencial, una operación delicada que ha llevado a bloquear el paso y a cubrir con plásticos desde las alfombras escarlata hasta los latones dorados. A algún trastero han llevado también las dos armaduras que habitualmente se cuadran en el primer y segundo descansillo y que alguien me dijo una vez que vinieron del antiguo Hotel Atlántico, aquel hermoso edificio que formaba conjunto arquitectónico con el Kiosko Alfonso y La Terraza, dando fe de la forma en que hace cien años se entendía la belleza. Inexplicablemente La Terraza fue expulsada de Coruña y exiliada a Sada, donde hoy languidece, y aquel Hotel Atlántico se demolió en 1967 y fue sustituido por un bloque de la década del desarrollismo y la carrera espacial, un espíritu nada compatible con la presencia de armaduras medievales.

Nuestro ayuntamiento, que es muy de vidrieras y las tiene casi en cada ventana y cada puerta, cuenta con dos grandes techos acristalados que son dos joyas. El ya mencionado de la escalera principal con el escudo franquista y el del Salón de Plenos presidido también por un escudo, en este caso local y republicano coronado por las almenas de un castillo.

Así que, todos estos años, alcaldes, concejales, funcionarios, novios y ciudadanos han debatido, legislado, trabajado o contraído matrimonio en un edificio con dos techos, uno franquista y otro republicano. Un hecho poco conocido.

En la vidriera del Salón de Plenos, Hércules y Gerión pelean, pero la sala no está dedicada a ellos. La habitación más importante de Coruña está presidida por Concepción Arenal, Emilia Pardo Bazán, Rosalía de Castro y María Pita, y casi se diría que el espíritu del 8-M llegó a nuestros salones municipales con un siglo de antelación.

María Pita no es un palacio convertido en ayuntamiento, sino un ayuntamiento construido como un palacio, y posiblemente por esa intención y esa consciencia, todo son símbolos y mensajes más o menos velados. Y, si las maderas que lo adornan, son ébano y caoba traídas de las Américas a las que tantos emigraron, no es menos cierto que sobre esas maderas se sustenta una mesa presidencial de tres grandes losas de granito local, para que el gobierno rubrique sus decisiones siempre sobre suelo coruñés. A los pies del alcalde, las figuras del Trabajo y de la Ciencia, y en cada reposabrazos hay tallados un hombre y una mujer, considerada su unión la primera forma de la política al poner en común sus esfuerzos para sacar adelante a sus hijos. Símbolos por todas partes, en la fachada, en los muebles y hasta en las alfombras.

En breve, a este devenir histórico y simbólico del Palacio, se incorporará en la vidriera de la escalera el escudo constitucional. Una vez terminen las obras y se retiren plásticos y protecciones, pronto volveremos a ver a las personas que, ajenas precisamente a todos esos simbolismos, más disfrutan de su belleza: los grupos escolares de niños y niñas de cinco o seis años que cada poco tiempo visitan el Palacio. Pequeños y ruidosos, guiados por sus maestros, se tumban boca arriba en la alfombra de la entrada, y ríen de gozo maravillados por la luz del sol que, simplemente, atraviesa los cristales de colores.