Gane quien gane las próximas elecciones, lo único que ahora mismo puede vaticinarse sin miedo a error es el triunfo del PBB, siglas que, como el agudo lector ya habrá observado, corresponden al Partido de la Barra del Bar. Se trata de un movimiento plural, transversal e incluyente al que pertenecen líderes de casi todos los partidos, mayormente los de los bandos más extremosos.

El bar, en otros tiempos venta o mesón, es en España una institución asamblearia muy anterior al Parlamento. A él acuden los ciudadanos para hablar (generalmente, mal) del Gobierno y arreglar los problemas del mundo, además de urdir revolucionarias tácticas futbolísticas que jamás se le hubieran ocurrido al entrenador de la selección.

A pie de barra y al calor de las cañas y el morapio nacen oradores cuya elocuencia bien podría competir con la de los miembros del Congreso, aunque para su desgracia no cobren a fin de mes la misma nómina que los tribunos del pueblo. Tan lamentable discriminación podría llegar a su término en estas próximas elecciones, a las que concurren imitadores „más bien torpes„ de la contundente oratoria de las tabernas.

Para militar en el PBB basta con dominar la técnica del exabrupto, pregonar que cualquier problema lo arregla uno en dos patadas y asegurar que todos los políticos son iguales excepto ese que le cae a uno tan simpático.

No extrañará, por tanto, que algunos de los nuevos candidatos hayan confundido la barra del bar con la barra libre para decir lo primero que les pase por la cabeza.

Hay quien propone armar al pueblo para que pegue tiros como en las películas americanas; y quien logra la proeza de mezclar en una misma frase a los neandertales con el aborto y con las leyes de Nueva York. Todavía no ha comparecido, como en anteriores comicios, el líder que prometa un sueldo para todos los españoles por el mero hecho de vivir aquí; pero aún quedan varias semanas de campaña y algo caerá.

A todo eso habrá que sumar aún las faenas más o menos brillantes que sin duda van a hacer en la tribuna los toreros contratados por varios partidos para que lidien con el morlaco de la política. Los corresponsales extranjeros que el 23-F confundieron a Tejero con un matador de toros verán como su error de entonces se convierte en involuntaria profecía.

Con estas y otras amenidades, las elecciones, que siempre han tenido un punto circense, podrían emular en esta ocasión el espectáculo de un circo de tres pistas. No es que los políticos dados a soltar ocurrencias faltasen en otras épocas, desde luego. Sucede que en los tiempos del ya fenecido bipartidismo había muchos menos actores sobre el escenario, lo que restaba intensidad a la función.

Ahora que hemos adoptado un modelo de pentapartido a la italiana „solo que con menos finura„, la proliferación de compañías y actores noveles promete transformar en hemicirco el viejo hemiciclo del Congreso. No hará falta subrayar los beneficios de audiencia que esto va a traer a las teles y la mejora general del humor que experimentará el público.

Sería injusto no advertir, sin embargo, que el emergente Partido (o pentapartido) de la Barra del Bar copia solo la parte ruidosa del ágora popular que es la taberna. Los verdaderos parroquianos de la tasca suelen chillar y amenazar bastante menos que sus imitadores políticos; y a menudo dicen cosas mucho más sensatas. No sorprendería que los denunciasen por intrusismo.