Se parece mucho a ese sentimiento que llamamos vergüenza ajena, pero no lo es. Me refiero a la reacción que me provoca echar un vistazo a los periódicos del fin de semana y encontrar en todos las mismas fotografías de políticos desvergonzados, inmunes a la vergüenza propia y a la ajena, encaramados precariamente a un tractor o muertos de asombro ante una escogida representación de ganado lanar o vacuno. Y la prensa hipnotizada siguiéndoles los pasos y el juego y el absurdo por esa recién descubierta España vacía.

Nunca he entendido por qué las noticias, en general, han de ser esencialmente políticas, por qué la cultura se ha quedado sin páginas en los periódicos o sin minutos en los telediarios, por qué se escribe más de los conflictos internos de un partido o de las ocurrencias majaderas de cualquier político que, por ejemplo, de las ideas u opiniones de un maestro, de un profesor de instituto, de los universitarios que a menudo estudian lo que pueden y no lo que quieren, de los trabajadores que se pasan ocho y diez y doce horas dedicados a una tarea que apenas les reporta otro estado del bienestar más que el de la mera supervivencia.

Los partidos políticos son una gran industria de creación de contenidos (muchos de ellos tan vacíos como esa España que ahora les ha dado por visitar) y supongo que para las mermadas redacciones de los periódicos esto puede resultar (paradójicamente, eso sí) práctico. Sin embargo, y por suerte, en general, España no son sus políticos. Hay vida más allá de ellos, debería haberla, seamos optimistas.

Para mantener a la gente informada y proporcionarle ese maravilloso servicio público con cierto estilo, vocación ciudadana y un mínimo de criterio y calidad intelectual, incluso para tratar de esclarecer el panorama ideológico al que nos enfrentamos en las próximas elecciones, quizá ayudase más que los medios de comunicación dejasen de perseguir a los políticos en su patetismo electoral. Tanto hablar de los peligros, ciertos, del populismo y de golpe y porrazo nos hallamos todos inmersos en una suerte de verbena rural que tiene más de las películas de Paco Martínez Soria que del Delibes de El disputado voto del señor Cayo. ¿Por qué aceptamos asistir a la fuerza a esta representación inmunda y fraudulenta de la realidad? Es un misterio. ¿Por qué rebajamos la inteligencia de todo un país a la incapacidad manifiesta de sus políticos para encontrar soluciones a las necesidades reales de los ciudadanos mientras se gastan ingentes cantidades de dinero en tratar de parecer lo que no son?

Lo cierto es que mi madre resulta mucho más noticiable que todos ellos. ¿Por qué la prensa no habla de mi madre? Misterios de estos tiempos tan llenos de cosas vacías.