Nunca, querida Laila, el papa Bergoglio me pareció tan peronista como en la entrevista que mantuvo con Jordi Évole. Y recordarás que así lo manifesté ante los amigos que seguimos con interés el acontecimiento. Y fue Daniel, nuestro ilustrado y tan políticamente lúcido amigo, quien me matizó acertadamente: "Sí, peronista pero del ala ultra". Efectivamente, Francisco se mostró cómodo y moderadamente progre en lo social y humanitario, pero muy conservador e incómodo en lo doctrinal, lo político y lo ideológico.

Para no declararse anticapitalista, por ejemplo, dijo que tampoco era antisocialista y únicamente fue rotundo en la condena del tratamiento que se está dando a inmigrantes y refugiados en Europa y EEUU, aunque evitando denuncias concretas a base de asertos genéricos como el de que "quien construye un muro acaba encerrado en él". Esto fue suficiente para que elementos del nacionalcatolicismo español, de Vox en concreto, aclararan que era Bergoglio quien daba su opinión y no el Papa, ex cátedra, con lo que la veda de la caza del emigrante puede seguir abierta para los ultras sin contradicción con su nacionalcatolicismo. Se mojó también el Papa en la condena de las fosas comunes ignoradas, de la vejación a las víctimas de la dictadura española, pero fue incapaz de pronunciarse abiertamente contrario a la rendición de culto y de honores a Franco en un templo católico, con lo que abona la idea de que sigue vigente la bendición y proclamación como cruzada de aquel levantamiento militar por parte de la Iglesia, que entonces gobernaba el papa Pacelli. No creo que ninguna coartada hermenéutica, semejante a la que Bergoglio esgrimió para comprender el encubrimiento de la pederastia clerical, quepa hoy para hacer comprensible la no retractación pública, por parte de la jerarquía actual de la Iglesia, de aquella nefasta bendición que, desde la fe y desde la buena fe, bien puede considerarse sacrílega.

Más incómodo todavía se mostró Francisco con los temas que atañen a la moral católica y a la tradicional concepción antropológica que el catolicismo sigue defendiendo. En cuanto al feminismo y el rol de la mujer en la sociedad y en la misma Iglesia, Francisco mostró todas sus habilidades, muy jesuíticas por cierto, para irse por los cerros de Úbeda. Llegó a utilizar el hecho de que iglesia sea nombre de género femenino para indicar el supuesto altísimo grado de importancia que la Iglesia "concede" a la mujer, reivindicando incluso, pero en abstracto, la necesidad de ampliar el papel de las mujeres en la institución, pero sin aludir ni de lejos a la posibilidad de asumir el sacerdocio femenino. Se ve que da por cerrada toda posibilidad de tal cosa, asumiendo el carpetazo que, en su día, dio a este debate su antecesor, el tan doctrinario y conservador Juan Pablo II.

Con el asunto de la homosexualidad, Bergoglio fue especialmente ambiguo. Es cierto que no se atrevió a calificar abiertamente de enfermedad a la homosexualidad, pero sí dijo que, lo que llamó tendencias homosexuales, en cuanto tendencias no serían pecado, pero sí "inclinaciones raras", que aconsejó someter a los expertos, sobre todo si se detectaran en niños. Con toda evidencia el Papa sitúa la homosexualidad en el espacio de lo anormal, lo que va a dar alas a elementos como el obispo de Aranjuez y otras hierbas para promover sus siniestras pseudoterapias.

Toda esta ambigüedad y anfibología era de esperar en el Papa y tienen de positivo la revelación de que no se va a poder eludir un debate, que la caverna va a perder. Pero en esta entrevista, querida amiga, lo más relevante no es su contenido sino el hecho de que se haya podido celebrar.

Un beso.

Andrés