Que la España del interior se vacía es una realidad tan triste como obvia. Parece que nos hemos caído ahora del guindo pero hace más de medio siglo, cuando yo estaba estudiando en mi carrera la asignatura de Geografía humana, apuntaba ya el problema de que la población española huye hacia la periferia. Lo que es nuevo es el interés de los políticos por el fenómeno de la España vacía, de carácter „el interés„ del todo electoral. Sucede que los cuatro escaños en el Congreso de la provincia de León o los tres de Cuenca, por limitar los ejemplos a dos, cuestan muchísimos menos votos que los que puedan obtenerse en Madrid o en Barcelona. De ahí la codicia por ese puñado de electores que puede llevar la balanza del control de las Cortes hacia un lado u otro.

La contrapartida es, por supuesto, la del interés ciudadano, del todo opuesto al político. Es tremendo que se puedan enfrentar uno y otro, siendo así que en los tiempos de Aristóteles „estamos hablando del siglo IV antes de Jesucristo„ el filósofo planteaba que la política es el arte más noble de la ciudadanía. Ahora sucede lo contrario en términos de nobleza e incluso de conveniencia, algo que pone de manifiesto la protesta popular que, este domingo pasado, inundó las calles de Madrid con los gritos que reclamaban a la clase política que tome medidas para evitar que el centro de España se vacíe aún más. Simplificando mucho sus objetivos, lo que los manifestantes pedían es menos subvenciones y mejores planes de inversión.

Pero ¿cabe evitar el despoblamiento con medidas políticas? ¿O se tratará de un problema, como el del calentamiento global, que obedece a causas no controlables? El símil es adecuado porque en ambos casos se trata de un proceso digamos sobrehumano que la torpeza política empeora. Quizá no se pueda evitar que la población huya hacia las regiones ricas de la Península Ibérica pero sí que cabe corregir esa diáspora mejorando la productividad del interior. Dos sectores, el del vino de alta gama y el del turismo rural, se muestran más que competitivos a la hora de buscar lo que Adam Smith llamaba la riqueza de las naciones.

Pero para que esas o bien otras fórmulas para combatir el despoblamiento del interior den resultado sería necesario cambiar el ansia del voto por la política de Estado. Y lo sucedido hasta ahora en sectores como el de la educación o la sanidad dejan bien claro que semejante necesidad, la de los pactos de Estado por encima de las políticas electoralistas, resultan poco menos que imposibles. De hecho, incluso la idea de la España federal, quizá la única salida razonable que existe para encauzar las diferencias dentro de una unidad de Estado, ha desaparecido del programa del candidato Sánchez desde que las encuestas le dan por ganador seguro de la próxima cita electoral. En tales condiciones, va a ser harto difícil evitar que la España del interior siga vaciándose.