El equipo de fútbol de la ciudad donde resido ha cesado a su entrenador y lo ha sustituido rápidamente por otro para ver si este encuentra la forma de devolverle a los jugadores el vigor que parecían haber perdido en los últimos partidos. Una operación, oigo decir, tan arriesgada como necesaria porque faltan nueve jornadas para que concluya el campeonato y aún se está a tiempo de optar a una de las plazas que dan derecho a ingresar de nuevo en la Primera División, si los jugadores recuperan el nivel de rendimiento que exhibieron al principio de la competición y el nuevo entrenador acierta con la táctica a seguir de ahora en adelante. El hasta ahora entrenador, oigo decir, padecía un empacho táctico notable, cambiaba de esquema continuamente, y desde una inicial colocación en rombo (que no sé bien lo que es) había ido probando otras variantes para ver si daba con la tecla adecuada. "Dar con la tecla" es una expresión propia del argot futbolístico que viene a confirmar la sospecha de que el pianista (en este caso el entrenador) toca siempre de oído y queda a expensas de que la casualidad propicie un sonido milagroso a partir del cual se construye el resto de la melodía. Porque no deja de ser cosa de brujería que los mismos jugadores que un día parecían moverse con plomo en las piernas, al siguiente se vuelvan ágiles y armónicos como un cuadro de ballet. "El fútbol es un estado de ánimo" suelen decir los que entienden de esa materia y habrá que darles la razón. De hecho, todos los años se puede comprobar cómo el cambio en el banquillo de un hombre triste por otro alegre, de un hombre autoritario por otro permisivo, de un hombre locuaz por otro parco en palabras (y viceversa en cualquiera de los supuestos) propicia sorprendentes cambios en el rendimiento de la plantilla. Hasta el punto de dar casi por seguro que "a cambio de entrenador, victoria segura". El papel del entrenador (como el del árbitro) es fundamental para entender el drama del fútbol. Y su sacrificio ritual, cuando la clasificación no se corresponde con las aspiraciones de la masa, sirve para aliviar tensiones sociales. Solo él y no los jugadores, ni la directiva, ni el árbitro, tienen la culpa de lo que pasa. O dicho de otra forma, solo él reúne todas las papeletas para que le toque ser "cabeza de turco". La expresión proviene de los tiempos de las Cruzadas cuando el turco era el enemigo principal de la cristiandad. Cortarle la cabeza a un soldado turco era una hazaña muy bien vista. Primero se le cortaba la cabeza y después se clavaba esta en una lanza para que fuera objeto de burla y desprecio por parte de los que contemplaban el espectáculo. Afortunadamente, en el caso del cese de los entrenadores de fútbol el rito ya no es tan brutal como antaño. De hecho, después de pagarles una sustanciosa indemnización (trámite indispensable para que el nuevo pueda ejercer), se les da las gracias por los servicios prestados y hasta se les permite una rueda de prensa como despedida. Ya quisieran ese trato los antiguos turcos.