Ben Rhodes nos ofrece en El mundo tal y como es (ed. Debate) una lectura íntima del ala oeste. No solo se encargó de redactar los discursos de Obama durante sus dos mandatos, sino que además desempeñaba el cargo de consejero adjunto de Seguridad Nacional. Su libro se lee con la celeridad de la buena ficción, pero sobre todo nos permite entender algunas de las claves del momento político actual. La importancia del relato, por ejemplo, que empuja la realidad tal y como es hacia el idealismo y que, en el caso americano, pretendía subrayar la doctrina del soft power „basado en la persuasión y la diplomacia„ frente a la línea dura que preconizaba George W. Bush. Nos sirven de muestra los acuerdos con Cuba o con el régimen de los ayatolás (Teherán se encontraba, en palabra de Rhodes, a doce meses de conseguir su propia bomba atómica). Pero quizás el factor clave para interpretar el legado de Obama „es decir, su fracaso; es decir, la victoria de Trump„ sea el retorno de la guerra fría y sus efectos sobre el buen funcionamiento de la democracia. «Poco después de las elecciones „leemos en el libro„, Obama convocó una reunión del Consejo Nacional de Seguridad para tratar de Rusia. Abrió la sesión diciendo que deseaba que los servicios de inteligencia elaboraran un estudio global de la injerencia de Rusia en las elecciones para que se lo presentaran a él y al Congreso antes de que abandonara el puesto. [...] Uno tras otro, los jefes de los servicios secretos nos explicaron lo que sabían. Era peor de lo que me había imaginado en un principio. Había sido una acción más generalizada, más claramente concebida para beneficiar a Trump». De repente, los hechos habían dejado de importar para caer en la telaraña de la posverdad. Y ahí seguimos instalados, mientras las mentiras, los falsos relatos y las tergiversaciones mutan y se extienden como una epidemia viral. "Han descubierto el punto débil de la democracia", dijo apesadumbrado el presidente norteamericano. Por supuesto, la nueva guerra fría nos afecta a nosotros también: a los europeos y a los españoles.

La lógica de esta nueva contienda es la división. Rompiendo las sociedades y alimentando sus contradicciones, la discordia debilita en el centro mismo la confianza en los principios liberales de la democracia parlamentaria: separación de poderes, representación y constitucionalismo. El auge de los populistas se explicaría por el doble factor de un malestar derivado, por una parte, de problemas reales y, por otra, alimentado continuamente por las redes sociales, la mala información y los discursos incendiarios en contra de la legitimidad de las instituciones. Para sembrar la desconfianza y la sospecha todo vale: inventarse unas cifras y poner otras en duda, insultar o animalizar al adversario, tergiversar el sentido de la democracia y el valor de las leyes, acudir a la propaganda masiva, apoyar la estrategia de los partidos extremistas, desnudar el poder incluso con noticias que, al cabo de un tiempo, se demuestran falsas...

El resurgir del nacionalismo en Occidente, así como de otras variantes políticas del populismo, nos habla precisamente de esta labor divisiva, inherente al cultivo generalizado del miedo y el resentimiento. Frente a ello, la democracia solo puede defenderse con el respeto escrupuloso a los principios del Estado de derecho. La Historia juzga y nos juzgará también a nosotros. Pero, si de algo no cabe ninguna duda, es de qué parte se encuentra la democracia.