La tentación de responder a una barbaridad con una hipérbole más acentuada supone entrar en el juego del agresor. Cuando Pablo Casado sentencia apocalíptico que "Sánchez prefiere manos manchadas de sangre a manos pintadas de blanco", acapara de inmediato las voraces portadas digitales. Antes que rasgarse las vestiduras por la desproporción, conviene sustituir lo sanguinario por lo sanguíneo. En realidad, es el candidato del PP quien necesita a toda prisa una transfusión de sangre y de votos del líder socialista, que le ha sacado medio centenar de diputados de ventaja en los sondeos publicados hoy.

Casado llega a las manos. Antes de frotárselas por el éxito en la difusión de la asociación de su rival con el terrorismo, debería recordar la muletilla del espía soviético interpretado sin parangón posible por Mark Rylance en El puente de los espías. Cada vez que se le reclamaba un exceso de compromiso, respondía con un desganado "¿serviría de algo?". En paralelo, no está nada claro que el PP se beneficie del exabrupto continuo de su jefe de filas, que debería guiarse por la experiencia previa de su partido. En el debate sobre el Estado de la Nación de 2005, un desatado Rajoy le soltó a Zapatero que "usted ha traicionado a los muertos y ha revigorizado a ETA". Este radicalismo llevó al PP a volver a perder las elecciones. Y la banda terrorista todavía existía.

Gerry Adams era el líder político del IRA. En dicha condición firmó los acuerdos del Viernes Santo, que disolvieron la banda terrorista. Selló la paz estrechando la mano sonriente y por lo visto manchada de sangre de Tony Blair, gran amigo de Aznar. El príncipe Carlos de Inglaterra también apretó la mano ensangrentada de Adams, al igual que George Bush o Bill Clinton. Alguien tiene que tomar al candidato del PP de la mano, para enseñarle que la democracia no se compone solo de personas que nos caen bien.