Difícilmente se han podido escuchar de los políticos de nuestra derecha tantos insultos, mentiras y vilezas, fielmente reproducidas por ciertos medios, como en esta precampaña electoral. Insultos y vilezas como que se califique llanamente de "traidor" y "felón" al líder socialista por haber intentado un diálogo infructuoso con el independentismo catalán. O que se le asocie sin más con el terrorismo batasuno.

¿Es tarea de la prensa hacerse eco de tal crescendo de insultos, destinado únicamente a intoxicar al electorado sin pedir a quien continuamente los profiere que demuestre sus irresponsables acusaciones?

Con medios como esos, ¿para qué hacen falta troles? Uno recomendaría la lectura atenta de la sección que con el título de Perlas informativas tiene en un diario digital el periodista Pascual Serrano. Debería ser de lectura obligatoria no solo en las facultades de Periodismo sino ya en las escuelas de Secundaria porque no hay peor daño a la democracia que el de una opinión pública tan groseramente manipulada por algunos.

Lo hemos visto también en todo lo que se ha sabido últimamente de lo ocurrido con Podemos: un escándalo político de gravedad extrema que tuvo como único objetivo impedir una alianza de izquierdas entre el gobierno del PSOE y el partido de Pablo Iglesias.

Que desde el Ministerio del Interior del Gobierno del PP se enviase a Nueva York a unos policías corruptos para fabricar pruebas falsas contra el líder de ese partido buscando la complicidad de un exministro del Gobierno bolivariano de Venezuela es, guardadas todas las distancias, algo así nuestro particular Watergate, aunque sin Bob Woodward y Carl Bernstein.

Aquellas maniobras sirvieron para una sucia campaña de difamación del partido de Pablo Iglesias en la que, en lugar de intentar averiguar la verdad, ejerciendo la función de control que corresponde a la prensa, ciertos medios, incluida nuestra TV pública, chapotearon irresponsablemente.

A raíz de la publicación de aquellas mentiras, la derecha política y mediática se dedicó a arrastrar por el barro a quien, en términos estrictamente democráticos, era solo un adversario político, asociándole a la Venezuela de Maduro, al Irán de los ayatolas y a la Corea de Kim Jong-un. Mientras tanto, para completar nuestro actual panorama pre-electoral, el presidente de la Generalitat ha seguido erre que erre con sus proclamas identitarias sin que a él y a los suyos parezca importarles un bledo el resto del país, y con el único resultado de alimentar la crispación.

Dando, esto es, munición a quienes, en la otra orilla, no parecen haber encontrado mejor forma de influir en un electorado cada vez más inseguro „y por tanto impresionable„ que animando a los patriotas "de verdad" a sacar banderas a plazas y balcones para "echar de la Moncloa" a un gobernante "ilegal" y "felón".