Desconozco si el fenómeno ha sido (o está siendo) estudiado por filólogos, gramáticos, lingüistas, académicos de la RAE o cualquier profesional que se dedica a observar la evolución del lenguaje. Pero es evidente que cada cierto tiempo y sin saber bien por qué (al menos yo) se pone de moda una palabra en determinados círculos, después se extiende a la inmensa mayoría de los hablantes y al final el abuso de ella acaba de producir hartazgo. Ocurrió tal cosa, por ejemplo, durante la Transición con el término "consenso", entendiendo por tal, según el diccionario de la RAE, "asenso, consentimiento, y más particularmente el de todas las personas que componen una corporación". Y todo había que hacerlo por "consenso", desde la redacción del texto constitucional hasta la reunión de una comunidad de vecinos. En cierto sentido el uso abusivo de ese término tenía una cierta lógica porque veníamos de un régimen político de ordeno y mando en el que maldita falta hacía recurrir al entendimiento civilizado entre las partes para resolver un conflicto con intereses contrapuestos. Decayó al fin "consenso", pero no la moda de coger, o inventar, una palabra, meterla en la boca y dejarla más masticada que un chicle. No llevo la cuenta de las palabras y expresiones que hicieron furor desde la instauración de la monarquía parlamentaria. Pero así, sobre la marcha y sin respetar un orden cronológico, recuerdo "molar", "pagafantas", "empoderar", "nasti de plasti", "postureo", "dabuten", "gobernanza", "relato" o "cheli", entre otras de las que no conservo memoria. Caso aparte fue la palabra "tío", que además de aludir al hermano del padre o de la madre sirvió como forma de salutación preferentemente entre el público juvenil. ¡Jo, tío! Pero todo eso ya es pasado y ahora está en el candelero la expresión "lo siguiente" que se oye por todas partes y a todas horas. Una expresión que viene a enfatizar, reforzándola, una apreciación sobre cualquier asunto. Pongamos un ejemplo. "Es una persona fea y desagradable", oímos decir de otro. Pero por si ese juicio no fuese suficientemente despectivo se añade a continuación "no, lo siguiente", como si existiese una escala de valores previa que hubiera agotado los calificativos. "No hay palabras", solía decirse antes. El verbo "seguir" y sus derivados tenían unos usos muy concretos antes de este desbordamiento oceánico. Se preguntaba por "el siguiente" en la cola del pan, o de los puestos del mercado, "siga la flecha" se ordenaba para orientar a los despistados, "siguiente capítulo" se anunciaba en las novelas por entregas, "seguidores" se llamaba a la masa adicta a un equipo de fútbol. "No pares, sigue sigue" se recomendaba a los amantes en una cancioncilla que estuvo muy de moda, etc., etc. Hasta de Jesucristo se decía en el Evangelio que "lo seguía" la gente. Todas estas disquisiciones me traen a la memoria las actuaciones en la RTVE única del franquismo de un cómico argentino, Joe Rígoli, que en la década de los 70 se hizo muy famoso con un personaje llamado Felipito Tacatún. Solía terminar sus actuaciones con una frase. "Yo sigo", decía después de hacer una serie de muecas. Y la gente le reía la gracia.