La palabra "campaña" tiene dos significados en el Diccionario de la RAE que son aplicables a la actuación política que comenzó a las 00.00 horas de la noche del pasado viernes 12 de abril. En efecto, una campaña es tanto un "período de tiempo en el que se realizan actividades encaminadas a un fin determinado" (acepción 3) como un "conjunto de actos o esfuerzos de índole diversa que se aplican a un fin determinado" (acepción 2). La campaña que comenzó el viernes es electoral porque, mientras dura, las actividades que se realicen tienen como fin la elección de los diputados y senadores para el período de legislativo de 2019-2023. Y lo es también porque todos los actos que se lleven a cabo representarán el conjunto de esfuerzos para conseguir escaños realizados por los partidos políticos y formaciones que concurrirán a las elecciones del próximo 28 de este mes.

Expuesto lo que antecede, corresponde determinar cuándo cabe hablar de una buena campaña electoral. Habrá muchos que piensen „y no les falta razón„ que el acierto o el desacierto de una campaña dependerá de los resultados finales. De tal suerte que será buena la que implique éxito electoral y mala la que suponga un fracaso. Lo cual obliga a esperar hasta que éstos se conozcan. Pero yo me sitúo en otra perspectiva, que es anterior a que se produzca el resultado final, y lo que pretendo es saber justamente en sus inicios cómo debe ser una campaña para que previsiblemente dé un buen resultado final.

Si de lo que se trata es de elegir a los miembros del Congreso y del Senado y, a través de ellos, al Gobierno de la Nación, lo lógico sería que los partidos políticos contendientes se dedicaran a detallar los programas con los que gobernarán, en caso de ser elegidos. Por otro lado, como en las actuales legislaturas no se parte de cero, sino que hay un partido que ha gobernado y otros que han estado en la oposición, además de pregonar lo que se va a hacer en la próxima legislatura, parecería lógico también que tanto el partido en el gobierno como los de la oposición rindieran cuentas de sus respectivas actividades.

En las presentes elecciones, se da, sin embargo, una circunstancia especial y es que el PSOE no accedió al Gobierno tras unas elecciones generales, sino a través de una moción de censura apoyada por los votos de la mayoría de los representantes políticos de los electores en el Congreso de los Diputados. Y después de exponer ante el Congreso las razones que justificaban la moción de censura. Por eso, más que rendir cuentas del cumplimiento de su programa electoral, Sánchez debería acreditar la veracidad de las razones en la que fundó su moción de censura, así como dar cuenta de su acción de gobierno durante los ocho meses que ocupó La Moncloa.

Sin embargo, no son muchos los momentos en que los candidatos hablan de sus programas electorales ni rinden cuentas de lo que han hecho en la legislatura anterior. Se dedican, sobre todo, a criticar a sus adversarios con la esperanza de que puedan sustraerles algunos votantes.

Pues bien, si nos detenemos en la realidad del tiempo presente, es claro que hay dos bloques que pugnan por hacerse con el Gobierno de España. De un lado, está el PSOE que, según las encuestas, es el partido que obtendrá el mayor número de escaños, pero que al no alcanzar la mayoría absoluta necesitará los votos de otros partidos, probablemente de los que lo apoyaron en la moción de censura. Y, de otro lado, aunque sin determinar el orden, el PP, Ciudadanos y Vox, que aspiran a reunir entre los tres el número de escaños suficientes para alcanzar en el Congreso de los Diputados una mayoría que les permita gobernar.

Al inicio de la campaña, lo que se observa es que el PSOE está tratando por todos los medios de silenciar lo que más le perjudica y por eso intenta alejarse de los partidos que lo apoyaron en la moción de censura; es como si fueran formaciones y partidos infectados por un virus infeccioso del que está intentando no resultar contagiado. Por eso, Pedro Sánchez está desplegando una doble política no exenta de cierto cinismo. Por una parte, sigue contando con su apoyo siempre que los necesita, como por ejemplo para aprobar los "decretos-ley" (mal llamados "sociales" porque pueden resultar ruinosos). Pero al mismo tiempo hace como que no son sus compañeros de viaje, criticándolos, eso sí el mínimo imprescindible, pero „y esto es lo esencial„ dejando abiertas de par en par las puertas por si necesita de nuevo su apoyo (ha guardado silencio una y otra vez sobre un posible indulto a los golpistas). Por todo lo dicho, para Sánchez será buena la campaña electoral en la medida en que pueda cubrirse de su lado débil que son los pactos con concesiones que hizo „y tal vez tendrá que volver a hacer„ con los enemigos de la unidad de España.

Por su parte, los partidos que van desde el centro hasta abarcar toda la derecha constitucional pueden desenfocar sus objetivos de campaña si se dedican a criticarse entre ellos, olvidando que tienen uno en común, el PSOE, que es, además, el que va ganando según las encuestas.

Por eso, en mi entender para el PP, C's y Vox la mejor campaña será la que más daño electoral haga al presunto ganador, que es Sánchez. De aquí que lo aconsejable sería que esos tres partidos se dediquen, sin tregua, durante la campaña electoral a exponer a los ciudadanos que si gana el PSOE y necesita el apoyo de sus socios de moción de censura, el Gobierno de España estará bajo la influencia política de los filo-terroristas, como Otegui; de los golpistas-independentistas, como Puigdemont y sus adláteres; y de los anti-sistema, como la CUP y demás movimientos anarcoides.

Parece que Pablo Casado ha entendido lo que se juega y ha comenzado su campaña con un mensaje muy claro dirigido a Ciudadanos y a Vox al decir "mi rival es Sánchez". Es de esperar que Pablo Casado tenga muy presente esta idea a lo largo de toda la campaña y que, centrándose en las muchas debilidades que tiene Sánchez, logre convencer a los españoles de que su opción es la más beneficiosa para nuestra estabilidad política y económica.

No es exagerado afirmar que la actuación del Gobierno y de la oposición en la presente legislatura parece haber deformado la actividad genuina de los partidos hasta convertirla en una especie de conquista competitiva de votos en el mercado. Hasta tal punto es esto cierto, que la propaganda política se parece cada vez más a la publicidad comercial. Y ello no solo porque las siglas de los partidos y los nombres de los líderes se utilizan ya como si fueran verdaderas marcas comerciales, sino porque la contienda para captar los votos, más que basarse en propuestas informativas, se traduce en mensajes persuasivos y agresivos, que lo único que pretenden es captar el voto electoral como si fuera una mercancía.

Desconozco las razones del giro que parece haberse producido en la actuación política y tampoco puedo decir si perdurará. Pero lo que sí se puede afirmar es que el voto de los ciudadanos no es una mercancía y que es manifiestamente antidemocrático convertir toda una legislatura en una larga, tediosa, insoportable, ineficiente e inútil campaña electoral. Los ciudadanos merecemos otra cosa.