La gente se quiere de un modo increíble para los tiempos de desamor que corren. Si lo dudas, vete a la zona de salidas de un aeropuerto para ver cómo se despiden los novios (y las novias), cómo se despiden los amigos, como se despiden los padres y las madres de los hijos (y las hijas: ¡ay, el genérico!). La gente no deja de quererse en estos tiempos de ruido y furia. No hay más que ponerse a las puertas de una guardería y observar el cuidado con el que los progenitores depositan a los bebés en brazos de las cuidadoras (y de los cuidadores).

De la lectura del periódico o de las noticias del telediario deducirán ustedes que no queda en el mundo un metro cuadrado de cariño, pero hay afecto para llenar cientos de campos de fútbol, miles de piscinas olímpicas, millones de auditorios gigantescos, gigas y terabytes de disco duro. Por debajo de la agresividad verbal de los políticos, de la dureza del trabajo y de la astenia primaveral, los hombres y las mujeres pasean de la mano por los parques, van juntos al supermercado, atienden a sus padres ancianos, ayudan a bien morir a sus semejantes heridos por el rayo. Mientras la campaña electoral sigue su curso loco, los familiares de los muertos acuden a los tanatorios para hacer compañía a las viudas, a los viudos o a los sobrinos del finado (o de la finada). Miles de abuelos y de abuelas cuidan a los nietos que no han podido ir hoy al colegio, atacados como están de bronquiolitis por culpa de la contaminación. Ahora mismo, en el AVE de Sevilla a Madrid, cerca de mí, un estudiante llama por teléfono a su madre para decirle que siente haberla disgustado y le pide perdón. "Mamá, te quiero", finaliza. Y la madre, intuyo, le responde que le quiere también y que vuelva tranquilo a Madrid, pero que se cuide, que coma bien y que no fume tanto. El estudiante se guarda el móvil en el bolsillo del vaquero y reprime una lágrima de amor al descubrir que lo estoy observando.

¡Qué lástima, tantas cantidades de amor en medio de este lodazal capitalista! Los fondos de inversión deberían adquirir paquetes de ternura, en vez de inflar la burbuja inmobiliaria. El IBEX 35, cruel como el obispo de Alcalá de Henares, no nos merece.