Pertenezco a un colectivo formado por padres y madres afectados por la alienación parental. Hay quien a este fenómeno lo llama inculcación maliciosa, interferencia o manipulación desvinculadora. Pueden llamarlo como quieran, los afectados sabemos que es una forma de maltrato emocional intrafamiliar con la intención de destruir al otro progenitor cuando el odio se ha instalado en el lugar donde antes había amor.

Cuando un progenitor decide utilizar a su propio hijo para destruir al otro, entonces estamos ante este problema. Aliena a su hijo, es decir hace ajeno a su propio hijo respecto del otro progenitor. Las estrategias utilizadas son diversas, pero el descrédito, el menosprecio y la difamación son los recursos que utiliza el alienador inculcando en su propio hijo una imagen distorsionada de su otro progenitor.

El daño emocional, psicológico, es devastador. La principal víctima es al final el niño o adolescente que se encuentra ante esta situación. Acabará siendo el propio hijo, quien ejecutará, apretará el gatillo, en contra de su otro progenitor.

Las heridas emocionales son invisibles, y esta baza que el alienador conoce y aprovecha, le proporciona la oportunidad de ensañarse impunemente.

Es importante que la sociedad reconozca esta problemática y no devenga cómplice aliado del alienador. Las consecuencias son destructivas, tanto para el hijo que crecerá con un importante transtorno afectivo con consecuencias para su salud mental, como para el otro progenitor que sufre el injustificado rechazo de sus propios hijos.

Es muy doloroso ver como cada día somos más los afectados. Es muy difícil aceptar que la sociedad sea ciega ante este problema, anteponiendo los prejuicios (alguna cosa habrá hecho para que su hijo lo rechace) a la defensa de unos valores familiares que deberían ser la base de una sociedad sana. La afectividad paterno filial debe protegerse, a veces, del mismo individuo que no tiene reparos en utilizar a sus propios hijos como soldados del odio.

La alienación parental, o como quieran llamarlo, es un indicador de que algo no va bien en nuestra sociedad en la manera que tenemos de relacionarnos, tanto en la vida pública como privada. Hasta que tomemos conciencia de ello, como la sociedad lo hizo antes en otras tantas cuestiones, y aprendamos a relacionarnos enlazando afectos en lugar de romperlos.

En plena campaña electoral, ver como políticos se desacreditan unos a otros en lugar de centrarse en exponer sus programas, forma parte de esta mal sana manera de relacionarnos.