Soy tan antiguo que sigo leyendo los viejos cuentos populares a la luz de lo que Bettelheim nos explica en Psicoanálisis de los cuentos de hadas, (1976), allí subraya el importante papel que desempeña el cuento en la liberación de las emociones de niños, niñas y adultos. Viene esto a cuento porque he leído que en alguna escuela se está haciendo expurgo en la biblioteca, se retiran de las baldas aquellas obras que puedan ser susceptibles de contener roles que minusvaloren a las niñas. En principio podría tomar dos actitudes, la más radical, tachando de dura censura irracional el tal filtrado y otra, más pausada, más atenta a qué ponemos en lugar de este poso de cultura popular. ¿Para qué sirve esto? ¿Todas las bibliotecas se desharán de los títulos contaminados de sexismo y violencia? ¿La abuelas dejarán de contar cuentos? ¿Es un remedio para que niños y niñas sean adolescentes conscientes de que lo son? La lista de preguntas sería interminable y me temo que las respuestas serían siempre las mismas, retirar un libro de un estante soluciona muy poco si la sociedad en la que se lee, o se deja de leer ese cuento, sigue siendo la misma; si lo que ve o sufre la niña en su entorno es más torturador que la fantasía del cuento popular. Los cuentos se cuentan, los valores se viven.

No hará falta detenerse en contar el que hemos tomado como ejemplo, el color de la capucha, la madre, la abuela, el lobo que se come a la abuela y a Caperucita. Aquí es donde se diferencian las dos versiones, en la de Perrault (S. XVII) la trama se acaba aquí, él buscaba el consejo a las jóvenes del peligro de acercarse al desconocido, puro pragmatismo racionalista, ya entonces. Sin embargo en las versiones de los Hermanos Grimm (principios del S. XIX) aparece la figura del cazador abriendo la barriga del lobo para salvar a ambas. Su intención ya se aleja del público infantil e introduce la figura paterna, quizá el salvador masculino con un simple final feliz. Sin embargo en versiones posteriores, la joven y la abuela toman el papel activo y se encargan de ahogar al lobo en un barreño de agua. Queda claro que no es la misma lectura la que todos podemos hacer de la importancia de seguir consejos, órdenes, de no dejarse engañar por desconocidos; pero el personaje de Caperucita está hecho para presentarnos dilemas a los que todos nos enfrentamos tarde o temprano.

A fin de cuentas imaginación y cuento también le ponen a su discurso ciertos candidatos, quizá lobos, para contarnos un falso relato sobre la supuesta Reconquista desde de un imaginario Pelayo en Covadonga, hasta el pacto de rendición de Granada entre Boabdil y los reyes, tan católicos ellos, que se quedaron con aquel territorio que nunca había sido suyo. Así tratan de justificar una fantasiosa petición de voto. Allá cada cual con sus delirios y su responsabilidad, a lo peor se los come el lobo.