Me apasiona la libertad. Y no crean que les salgo con semejante aseveración porque se cumplan, tal día como hoy, doce años del lanzamiento del satélite Libertad I, que tiene como particularidad ser el primero construido en Colombia, con período de revolución de 99 minutos y menos de un kilogramo de peso. No. Hablo de libertad real, más allá de meros nombres y etiquetas. De esa Libertad con mayúsculas, que en tantas ocasiones fue, es y será negada a muchos de nuestros congéneres, y que permite llevar a cabo esa máxima vital tan sencilla y, a la vez, tan imposible de vivir a la manera de uno sin menoscabar idéntica posibilidad en los de al lado. Una Libertad que todos anhelamos pero que, a la vez, en tantas ocasiones imposibilitamos para el de enfrente. ¿Por qué?

Dicho esto, déjenme que les salude en este 17 de abril. Semana Santa, vacaciones en los colegios, y vaciamiento progresivo de los más insoportablemente grandes núcleos urbanos para disfrutar de unos días de solaz, aquellos que se lo puedan permitir. Y por aquí días de flores, que me tienen cautivado, porque el colorido en el lugar que he elegido para vivir es verdaderamente sublime. Mire usted a un lado o a otro, siempre se le aparecerá un iris o un geranio, un manzano en flor, rosas o gardenias, camelias, azaleas o margaritas. Días bellos, pues, en que incluso la geometría del espacio-tiempo parece querer curvarse, aflojando levemente el paso de los segundos su casi siempre disciplinado, impertérrito y férreo ritmo. Puro espejismo en estos días de primavera, de deleite y de sosiego. De paz.

Y, en tal tesitura, poco que contarles. No porque no lo haya, que sí y mucho. Quizá simplemente porque no. Porque ya existen miles de noticias cada día sobre lo que ni es importante ni cambiará el mundo, siendo únicamente el sustento para que esta industria de contarnos las cosas no se pare. O porque muchos harán que hacen, sin hacer, en tantos campos donde es urgente ponerse manos a la obra. Y porque la libertad, esa a la que aludía en un principio, quizá está un poquitín más amenazada que en otros momentos, en una cierta deriva hacia un pensamiento más monolítico que en otras épocas de la Historia...

Pero sí, hay cosas. Desastres inopinados, como el colapso del icono que fue la aguja de la Nôtre Dame, que a todos nos cautivó alguna vez en medio de esa salvaje conurbación, terrible y no exenta de encanto, llamada París. Campañas electorales previsibles, en las que unos pocos „o no tan pocos, según cómo se mire„ se juegan sus lentejas y sus posiciones de poder en todas las modalidades, mientras que el bien común y la solución real a los problemas verdaderos quedan en segundo plano. Campañas, pues, en las que las salidas de tono de determinados personajes, con encuestas a la baja y absoluta entrega a la tarea de evitar la debacle personal dentro de su partido, están incendiando todo a su alrededor y dejando muy poco espacio al buen gusto, la moderación y a un cierto sentido de país.

Y procesiones, cientos de procesiones con diferentes matices identitarios, en mil sitios distintos, pero que desde mi punto de vista estrictamente personal e intransferible me siguen pareciendo folklore, tradición, cultura, arte, fiesta y boato, pero nada de verdadera espiritualidad personal, y cuya existencia aplaudo hasta la extenuación desde la libertad del otro, aunque no me gusten nada y aunque algunos de sus incondicionales quieran cercenar la mía. Procesiones, pues, en las que también tratan de participar y hacerse notar los candidatos- estrellas del rock, en todas las provincias. Algo que luego se ventilará en mil y una redes, en una sociedad hiperconectada en lo ilusorio pero en la que, en lo cotidiano, gana puntos la soledad, principal enfermedad social en el presente, y mucho más aún en años venideros...

Hay más cosas en el caleidoscopio de nuestro presente, como la violencia de género y sexual, tanta que abruma, cercena y destroza, y que sigue limitando la vida de las mujeres en pleno siglo XXI, y quizá una consecuencia evidente más de lo poco que pesan la educación, la cultura, el conocimiento y el respeto en nuestra sociedad. Esa mirada indispensable que te hace sensible y poco gritón, comprensivo con los demás, y, ya ven, hasta aplaudidor de lo que ni te gusta ni va contigo. Quizá el prólogo de la construcción de una verdadera y definitiva libertad.