Los acontecimientos parecen sucederse en nuestro mundo con cada vez mayor rapidez y nuestra capacidad de prestarles la debida atención en medio de la continua vorágine informativa es también cada vez menor. ¿Cuánto tardaremos, por ejemplo, en olvidarnos del fundador del portal de internet Wikileaks, el australiano Julian Assange, a quien el actual Gobierno de Quito le retiró la ciudadanía ecuatoriana concedida por su predecesor y entregó sin más a la policía británica.

Que el Gobierno de Lenin Moreno, en un giro total a la política de su antecesor, Rafael Correa, retirase a Assange la protección que le venía ofreciendo desde hacía siete años como refugiado político en la embajada del país andino en Londres debería indignar a los defensores de la libertad de información. Se produce una vez más el hecho ignominioso de "matar al mensajero", como han denunciado numerosas organizaciones de defensa de la profesión periodística y de derechos humanos en todo el mundo.

Para su compatriota John Pilger, conocido documentalista y periodista, autor de libros como Basta de mentiras o Los nuevos amos del mundo, es un escándalo que ello se haya producido precisamente en el país de la Magna Carta, de la que tanto les gusta enorgullecerse a los británicos. Nunca veremos, critica Pilger, al ex primer ministro británico Tony Blair, ni por supuesto al expresidente de EEUU George W. Bush, ser detenidos en sus respectivos países para su entrega a la Corte Penal Internacional por la guerra ilegal de Irak.

Pero no solo eso indigna a Pilger sino también el hecho de que muchos de los periódicos que publicaron y se lucraron con las filtraciones de Wikileaks sobre las mentiras con que se justificaron las guerras de Afganistán e Irak y las torturas y otras violaciones de los derechos humanos allí cometidas no hayan defendido después a Assange como debían. Y ello después de haber presumido ante los lectores, como hizo el exdirector del diario británico The Guardian, de haber conseguido con la publicación de esos documentos secretos de la diplomacia estadounidense la "mayor primicia en treinta años" de historia periodística.

Pilger es especialmente duro con los periodistas de ese medio Luke Harding y David Leigh, autores de un libro sobre Assange, a los que acusa de haberle traicionado al revelar la contraseña que ése había dado al periódico para proteger el archivo digital que contenía los cables diplomáticos estadounidenses. La detención de Assange, sobre cuya extradición a Estados Unidos, que le reclama por revelación de secretos, deberá decidir ahora la justicia británica, es un intento de amedrentar a toda la profesión periodística, a la que se trata de disuadir de que ejerza la función de control del poder que la opinión pública espera de ella.

A ese propósito citaba Pilger recientemente en la revista Counterpunch un documento secreto de hace diez años del ministerio de Defensa británico según el cual las mayores amenazas a las que se enfrenta el país son el terrorismo, los espías rusos? y ¡el periodismo de investigación!