En los árboles urbanos floridos hay algo impostado, como en la llegada de la primavera a unos grandes almacenes, pero hace ya mucho que la primavera no es solo una explosión del renacer de la vida, sino un género literario. El pasado 14 de abril he visto estandartes primaverales cruzándose en un paseo sin prestarse mucha atención, en concreto niños con sus padres llevando sus altos ramos recién bendecidos y pequeños grupos (a veces también niños con sus padres) que regresaban con la bandera tricolor en alto de una manifestación en recuerdo de la proclamación de la II República. Ya fuera de lo urbano, me quedo con la imagen de una urraca espantando, mediante acometidas y picados, a un enorme milano de tamaño cinco veces mayor que debía de merodear demasiado cerca del nido. Así es la primavera, no está en ninguna parte y está en todas (aunque se trate más que nada de un género literario).