Esas que tanto han influido en la historia de nuestras monarquías, en gobiernos recién llegados por un pronunciamiento militar, no han desaparecido desde el S. XIX, algunos los relacionan con los primeros borbones, incluso con los últimos austrias; José I, que pudo haber sido y no fue, por culpa de las camarillas carlistas y las de las sotanas. De Fernando VII resuena su torpeza para mantenerse en el trono, entre La Pepa y los absolutistas; entre Riego y los Cien Mil Hijos de San Luis, que invadieron apoyando al entronado y ante sus narices la mayoría de las colonias toman las de Villadiego hasta en Ayacucho, pocas hierbas quedaban bajo la endeble corona.

Hasta entonces todos tuvieron su camarilla; en 1833 hereda la niña Isabel II con la regente M.ª Cristina, ¿qué más hacía falta para que las camarillas crecieran? ¿No teníamos ya la camarilla moderada isabelina? ¿No estaban ya el padre Claret y sor Patrocinio como intermediarios entre un rey y una reina que no se soportaban? ¿No teníamos la camarilla involucionista del consorte Francisco de Asís que buscó al sicario, el cura Merino en 1851, para deshacerse de Isabel II? Ahí tenemos la 1ª guerra carlista y la camarilla del general Espartero víctima de los zarpazos de burgueses vascos y catalanes. Vuelve O´Donnell con Isabel II, que fue blando con los sargentos del cuartel de San Gil; más ejército con Narváez, hasta que le levantan la voz al de Loja con el pronunciamiento de la camarilla de Topete que se alza en 1868, otra vez, para que el general Serrano sea Regente y Prim presidente de gobierno. Siguen los cantonalismos, la 2ª guerra carlista, las revueltas, hasta que las camarillas militares vuelven a ser determinantes; Pavía, primero, Martínez Campos, después, para atornillar a Alfonso XII. Un supuesto sistema parlamentario de asonadas militares, pucherazos, camarillas en el que las elecciones eran lo de menos, siempre ganaban las mismas camarillas con distinto nombre y así podríamos seguir...

Puedo entender que de cualquier oficio público, un registrador de la propiedad vuelva de la política aunque mantenga su camarilla; puedo entender que formemos a nuestros abogados del Estado y otros altos cuerpos, que dinero nos cuestan, se vayan con su camarilla y su bagaje a la empresa privada. Pero no puedo entender que formemos a nuestros militares para que vuelvan a la vida civil en el retiro con sus galones al hombro y con sus camarillas. Tampoco veo con buenos ojos que los altos miembros del poder judicial lo abandonen temporalmente y regresen después a su función jurisdiccional, a su libre albedrío. Algo se me escapa y se ruegan todas las colaboraciones para saber qué hacer en esos casos, que haberlos haylos, tanto en puestos electos o ejecutivos como en los mismos círculos de poder o en las más selectas camarillas, alejadas de los medios de comunicación que leemos los mortales, para ser más concretos.