Según los expertos en estrategias electorales, el señor Sánchez, presidente del Gobierno y candidato a la reelección por el PSOE, habría preferido celebrar un único debate en una televisión privada contra otros cuatro oponentes. Dos por la derecha, Casado y Rivera; uno por la izquierda, Iglesias, y otro por la extrema derecha, Abascal. En opinión de los mentados expertos, la presencia del representante de Vox le serviría a Sánchez para situar a PP y Ciudadanos como cómplices, cuando no rehenes, de la derecha más extrema en un hipotético gobierno de coalición, ya que parece descartado por los sondeos de opinión que los dos solos pudieran allegar los votos suficientes para alcanzar la mayoría absoluta en el Parlamento. La referencia a esa posibilidad sería continua durante el debate y así el señor Sánchez aparecería ante los electores como el hombre moderado y ecuánime que huye de los extremismos, vengan estos de la derecha o de la izquierda. Y si a esto le añadimos una más que posible agarrada polémica entre Iglesias y Abascal, mejor que mejor. El plan parecía desarrollarse según lo previsto, pero en esto otros partidos que quedaban fuera del reparto denunciaron a la Junta Electoral Central un supuesto trato de favor hacia Vox al entender que esa formación concurría por primera vez a estas elecciones, no se conocía, por tanto, el ámbito de su representatividad, y en consecuencia la legalidad vigente lo excluía del reparto. Una vez estudiado el caso, la Junta dio la razón a los recurrentes y a partir de ese momento se produjo el inevitable conflicto de intereses. El PSOE propuso que el debate a cuatro se celebrase en la televisión pública, quizás con la secreta aspiración de que el enfado de los otros partidos supusiese el aplazamiento definitivo de la cita. Y los otros tres hasta propusieron celebrar el debate ya anunciado en la televisión privada, aunque el PSOE no se presentase a debatir. Por su parte, Vox dijo sentirse marginado y objeto de persecución aunque, según revelaron correos internos sacados oportunamente a la luz, se alegró mucho de una decisión que en el fondo lo beneficiaba. El caso es que, después de muchos dimes y diretes, se acordó celebrar dos debates; uno, el día 22 en la televisión pública y otro, el ya previsto para el día 23 aunque sin Vox. Está por ver en qué medida dos debates tan seguidos puedan influir en unas elecciones en las que se presume un alto porcentaje de indecisos. Y también está por ver si el nuevo formato favorece o beneficia a Sánchez, porque no es lo mismo negarse a tomar una taza de sopa que verse obligado a tomar dos, una detrás de la otra. Al margen de cómo le vaya a esos cuatro políticos en los dos debates televisados y en el recuento de votos del próximo día 28, es detectable a escala global una desconfianza creciente de las opiniones públicas respecto de la clase política que se ofrece a representarla ("No nos representan", se gritaba en la calle durante el 15-M). Y de ahí viene, entre otras causas, el alto número de indecisos previsto en diversas citas electorales, según revela una proyección del Parlamento Europeo que acaba de publicarse.