En plena campaña electoral, la simulación, la intemperancia y la obviedad son insuperables. Los políticos avivan sus discursos de escaso contenido intelectual, eficaces para los que no discurren e inútiles para los analistas con criterio y la mente fría. En estos días, vísperas electorales, todo parece distinto cuando los asesores de imagen aplican su ascendencia profesional sobre sus líderes, que pueden llegar a convertirlos en personajes en sí mismos: es el conformismo absoluto, lo que los sociólogos llaman heteronimia o minoría de edad. Los asesores están afanados en buscar la frase certera, escoger las consignas de manual entre la farfolla de eslóganes de aguijón, oportunos, en fechas en las que se proclama lo que debiera ser pero no lo que es. Curiosamente cuando sienten en el cogote la temeridad del navajeo, no tienen pudor en pagar su cuota verborreica convencidos, seguramente, de que en la vida pública, es más útil usar el florete que la navaja. A medida que se acerca el día de la votación, la campaña electoral se vuelve más tensa por la ardicia de los candidatos, impelidos por las manos poderosas del gobierno y los partidos políticos, la publicidad caudalosa, etc., que no consiguen embridar no los propios actores ni quienes asumen el papel de conciencia pública. Entre los grandes temas que siguen sin resolverse quedará el de las pensiones, uno de los problemas más profundos de la vida española. Hay que activar el Pacto de Toledo y desterrar del panorama nacional las prejubilaciones tempranas, traumáticas y que desaparezca el mundo de los jubilados prematuros, víctimas de expedientes de regulaciones salariales o de concentraciones y fusiones empresariales arbitrarias. Jubilarse cuando se cuenta con una base segura es como comenzar a vivir, a disfrutar de la vida... jubilosamente.

Nunca faltan en las contiendas electorales "los abajo firmantes", gremio integrado habitualmente por intelectuales orgánicos "progres" sedicentes, cuya eficacia volatinera es bien conocida.