El eje franco-alemán, que se había demostrado hasta ahora esencial para el buen funcionamiento de la Unión Europea, se ve últimamente sometido a fuertes y preocupantes tensiones. Lo demuestran palabras tan críticas como las pronunciadas recientemente por el presidente francés, Emmanuel Macron, en relación con el poco solidario comportamiento del país vecino. "El éxito exportador alemán de los últimos quince años, basado en la mano de obra barata de la Europa del Este, no es sostenible a la larga", dijo Macron, que acusa a Berlín de seguir su propio camino sin preocuparse de sus socios.

En opinión del Gobierno francés, Alemania logra anualmente un superávit de miles de millones de euros pero no reinvierte esas ganancias en Europa y no se enfrenta con la firmeza que desearía París al doble desafío de China y EEUU. Solo si Europa invierte en educación, en investigación y en defensa y redistribuye mejor sus ganancias, a todo lo cual Berlín parece renuente, podrá competir con las otras grandes potencias económicas.

La respuesta a Macron vino de la presidenta de la CDU alemana y posible candidata a suceder a Angela Merkel, Anngret Kramp-Karrenbauer, que calificó de "camino equivocado" el "centralismo, el estatismo, la mutualización de la deuda, la europeización de los sistemas sociales o un salario mínimo" que propone París.

Si muchos se venían quejando hasta ahora del egoísmo de los gobiernos de coalición presididos por Merkel, eso no es nada con lo que, a juzgar por sus palabras, cabe esperar de AKK (como se conoce a su sucesora al frente de la CDU) si es que llega a la cancillería federal. París y Berlín no parecen llegar por otro lado a una posición común en el conflicto comercial con los EEUU de Donald Trump: el Gobierno alemán pretende que se alcance cuanto antes un acuerdo con Washington en beneficio de su industria automovilística mientras que el francés quiere excluir del mismo al sector agrario y recomienda esperar a que pasen las elecciones europeas.

Y está además el llamado "impuesto digital", que divide también a ambos gobiernos: el francés defendió una postura de firmeza frente a Google, Amazon o Facebook mientras que Berlín se mostró partidario de dejar a la OCDE ocuparse del tema para no desafiar frontalmente a EEUU.

Claro que no solo chirría últimamente el eje franco-alemán, sino que también hay tensiones con otros socios comunitarios: por ejemplo, con Italia, a la que París y Berlín acusan de irresponsabilidad en el gasto público, pero que ve a su vez en esos dos gobiernos una defensa egoísta de sus intereses.

En opinión del Gobierno italiano, las instituciones de Bruselas hacen muchas veces de simple correa de transmisión de los intereses de alemanes y franceses. Roma acusa a Berlín y París de intentar retorcer la legislación europea anti-cárteles a favor de sus empresas Siemens y Alstom mientras desde Bruselas se bloqueó una fusión que interesaba especialmente a Italia: la del grupo francés Naval y el italiano Fincantieri. El Gobierno italiano denuncia también las presiones germanas para construir con Rusia el gasoducto Nordstream 2, que no quieren varios socios de la Europa del Este y al que se oponía un principio también París, aunque terminó aceptando, mientras que sigue congelado el proyecto italorruso Southstream.

De lo que no puede caber ninguna duda es de cuál es el país más beneficiado por la introducción de la moneda común: según un estudio del Centro para la Política Europea, de Friburgo, Alemania es la ganadora mientras que Francia e Italia han resultado perjudicadas.

Los autores del estudio cifran en 1.900 millones de euros las "ganancias de bienestar" de los alemanes gracias directamente al euro mientras que para Francia, las pérdidas por ese concepto fueron de 3.600 millones y las de Italia llegaron incluso a 4.300 millones de euros.