Señores y señoras, jornada de reflexión antes de las elecciones generales de mañana. Un formato para el análisis más personal que, quizá, se haya quedado un poco obsoleto. Y es que hoy no son las apariciones en medios o los propios mítines lo más importante de la actividad, declarada o no, de los partidos políticos. El advenimiento de la revolución de la comunicación ha activado otros resortes ante los que no sé si es muy lógica o procedente la existencia de esta jornada.

En todo caso, soy de los que agradecen tal tregua. ¿Por qué? Pues porque ya ha sido suficiente con estos días de campaña, aquellos otros llamados de precampaña y, en realidad, el ambiente general que ya pilotó en clave de propaganda las actuaciones de los partidos políticos durante meses y meses. Al fin y al cabo, que pase lo que tenga que pasar y que sea el pueblo, en puridad, el que decida qué hacer con la esfera más colectiva de su vida.

De todos modos, ¿es verdaderamente el pueblo el que habla? Ciertamente, en democracia debería ser así. Pero el alto grado de desconocimiento de la realidad, junto con el enorme grado de mentiras, falsas verdades, intrahistoria, relatos falsos o como lo quieran ustedes llamar, hacen que el voto venga lastrado de apreciaciones, sentimientos, aseveraciones y pulsiones que, de otra manera, pudiera arrojar un diferente resultado. ¿Es entonces el pueblo el que vota o, quizá, otros a través del pueblo? En algunos acontecimientos recientes en el mundo, con importantes injerencias hasta de agencias internacionales, la respuesta a esta pregunta no es sencilla.

Pero miren, yo estoy contento por un fenómeno que, quizá, está aconteciendo aquí hoy como nunca. ¿Cuál? Pues se trata del hecho de que, de lo que salga de las elecciones de mañana, es muy probable que no nos encontremos con un Gobierno de una de las opciones en estado puro. La clave de tener que pactar, que llevar a consensos, o el confrontar programas y quedarse con la intersección de dos o más sensibilidades distintas, no es un problema. Es más, para mí, todo lo contrario. Porque en la mezcla, como en el campo la genética, está la superación. ¿No son conscientes de ello? Claro que sí. En la consanguineidad está implícito el afloramiento de determinados genes recesivos indeseados, ligados a patologías, en los alelos de una determinada especie. Y solamente cuando hay mayor variabilidad genética, la especie afianza una mejora, de forma que la inmigración y el entrecruzamiento entre los pueblos son prácticas contrastadas para un mejor futuro colectivo. Pues, para mí, en política ocurre lo mismo. Y así como cuando uno gobierna en solitario puede hacerse prepotente, rizar el rizo de su impronta o pretender lo imposible, cuando se ve obligado a pactar, se produce una suerte de filtro que suaviza los picos de las dos ondas que se superponen. Y es en esa interferencia constructiva donde puede estar, para mí, la clave del éxito.

Uno de los candidatos, Pablo Iglesias, ha insistido en esto mucho en los últimos días, y particularmente en el conjunto de los dos debates televisados que las principales formaciones ofrecieron al país. Y en esto no puedo más que coincidir con él. Del diálogo, del consenso, de la negociación, saldrá lo mejor de nosotros. Y de la imposición, del rodillo, de aquellas mayorías absolutas que hoy son materialmente imposibles, solamente podemos esperar frustración para muchas personas. Es por eso que los nuevos tiempos políticos, pese a las noticias falsas, la mentira, el relato escrito para loa de una determinada opción y la intrahistoria, vienen marcados por esa necesidad de hacerlo todo de otra manera. Hablando. Tratando de entenderse. Dialogando y llegando a acuerdos, construyendo realidades juntos desde la diversidad, lo cual es para mí la esencia de la democracia. Y, ¿por qué no?, incluso buscando un Gobierno plural, con vocación real por la mejora en cada uno de sus ámbitos, que nos beneficie a todas y a todos. Eso sería mucho mejor que la eterna, típica y cutre destrucción de lo hecho para construcción de un Eldorado nuevo, a medida y gusto del que llega, con fecha de caducidad marcada en el próximo cambio político. A esto, prácticamente, se ha reducido la democracia en nuestro país hasta ahora. Quizá haya llegado la hora de ser mucho más imaginativos, trabajar de verdad y construir, de una vez por todas, con la mirada hacia adelante, no hacia la capacidad de tus codos para apartar al de al lado y salir tú „y tu partidillo„ lo mejor parado posible.

Suerte mañana a todas las personas que tomarán parte en las diversas listas que someteremos a nuestro escrutinio. Suerte y justicia.