A ella solo le habían comunicado que tendría que ser presidenta de una mesa electoral. No era el mejor plan para el domingo; pero a las ocho de la mañana ya fue preparada para ocuparse de leer instrucciones, cumplimentar formularios, comprobar el DNI de los votantes, en fin, nada insoportable si la charla con la compañía de la mesa era llevadera en los ratos de ocio.

Una vez todo en orden se abre la puerta a los votantes; comprueba que los primeros son los deportistas, los que madrugan el domingo para echar unas carreras por el paseo bajo los pinos y, ya de vuelta, rematan la faena votando antes del desayuno. Todo lo ve normal.

Ella calculaba que después de las diez la cosa ya sería distinta, que ya empezaría el movimiento más serio; lo primero que le llama la atención es que comienzan a llegar personas que le sorprenden, no sabe la razón, pero no comparte su ansiedad con los miembros de la mesa, de reojo comprueba que en las mesas vecinas, alojadas en aquel centro cívico, pasa lo mismo que en la suya; mas nadie se alarma. No sabe cómo explicarlo eran personas normales, hombres y mujeres, jóvenes y mayores; pero ella tenía un pálpito, le llamaba la atención la informal indumentaria, propia del día, pero planchada como si saliera de fábrica. Podría ser casualidad, habrá rebajas a fin de mes „se dijo„ pero ya a las doce comprobó que había ciertos movimientos demasiado exactos. Normalmente la gente se acercaba a preguntar si aquella era su mesa o la de al lado, revolvía en sus bolsos y bolsillos en busca de su DNI, olvidaba llevar los sobres preparados, en fin, lo normal; pero observaba que se intercalaban aquellos de la ropa recién estrenada, que en un mecánico movimiento se identificaban. Al principio solo comprobaba nombre y apellidos y recogía los sobres con los votos. Seguía rumiando aquel goteo de votantes coincidentes en el aspecto y las actitudes, no se paraban a hablar con ningún vecino. Fue pasando el día sin más problemas hasta que alrededor de las seis de la tarde llega un votante y ha de decirle que no puede hacerlo, que ya ha votado. El ciudadano discute y se indigna. En las mesas cercanas comienza a suceder lo mismo. Las protestas siguen hasta la hora del cierre, pero los que no han podido votar siguen discutiendo con la policía en las cercanías.

Comienza el escrutinio, esperan que no haya sorpresas, en esas mesas los resultados suelen ser similares en todas las votaciones; pero la ansiedad aumenta, la presidenta y los vocales ven que una papeleta se repite sin tino. Se miran y saben, solo con esa mirada, que no han descuidado las urnas, que los precintos estaban intactos a la hora de abrilas, que no ha habido doble voto.

En ese momento ella pregunta a sus vecinos si solían hablar con robots en las máquinas, en las gasolineras de autoservicio, en los 902... Entonces lo entendió todo, ya conocía la razón de aquella avalancha de extrañas papeletas.