Una vez los indecisos se decidieron a votar resultó que el resultado de las elecciones no difirió demasiado de los pronósticos que se habían hecho antes de abrir las urnas. El PSOE que lidera el señor Sánchez es la mayoría minoritaria y si quiere gobernar tendrá que hacerlo en coalición con otros grupos dispuestos a ello. Que por riguroso orden de importancia y afinidades serán Unidas Podemos, Esquerra Republicana y el PNV. Es decir, el mismo bloque de intereses que propició sacar adelante la moción de censura contra Mariano Rajoy. Otra combinación, un pacto con Ciudadanos como temía el señor Iglesias, debería darse por descartada, sobre todo después del feroz cruce de insultos que hubo entre el señor Rivera y el señor Sánchez en los dos sucesivos debates ante las cámaras de televisión. Así pues, el interés de los días venideros se centrará en averiguar qué tipo de fórmula se negocia para garantizar la estabilidad del futuro Gobierno. A nadie se le oculta que el señor Sánchez preferiría gestionar un gabinete con solo ministros socialistas y con algunos independientes progresistas de prestigió, como él mismo se apresuró a adelantar hace unos pocos días. Esa combinación chocará seguramente con los planteamientos de Unidas Podemos, que pese a la bajada en votos respecto de las últimas elecciones generales, querrá hacer visible su importancia. Menos problemas en ese sentido plantearán Esquerra Republicana de Cataluña y el PNV por cuanto preferirán ganar influencia desde la sombra, sin dar la impresión a sus seguidores de que posponen sus objetivos independentistas a cambio de un plato de lentejas servido desde un restaurante de Madrid (Por muy bueno, muy sabroso y con muchos tropezones que resulte el plato). Y hasta que tal cosa cuaje tendremos la oportunidad de volver a enzarzarnos en la ya odiosa polémica sobre los que quieren "romper España", una catástrofe política inenarrable sobre la que nadie nos ha dicho todavía cómo y quiénes podrían acometerla con éxito. Pese a todo ello, esta nueva cita electoral nos ha traído algunos asuntos de especial interés. Como la alta participación y el notable porcentaje de indecisos, lo que viene a expresar la desorientación del electorado y el disgusto con la clase política en general a la que se demanda mayor dedicación a los problemas concretos (paro, pensiones, sanidad, educación, justicia, cambio climático, etc., etc.) y menos a las peleas internas. En ese sentido, la campaña electoral no ha aportado nada de interés y la atención estuvo centrada en temas menores y en la valoración de los líderes por observaciones superficiales sobre su forma de andar o de vestir. Del líder máximo de Vox, por ejemplo, nos ha quedado en la retina la imagen de un hombre robusto, que viste de camionero y exhibe barba de yihadista; de la señora Álvarez de Toledo, del PP, un discurso con acento del barrio de Salamanca para fustigar a los progres; del presidente Sánchez, su aspecto de jugador de baloncesto de segundo nivel, tenaz y voluntarioso como pocos; del señor Rivera, de Ciudadanos, su estilo de jefe de planta de unos grandes almacenes, siempre dispuesto a venderle al cliente cualquier cosa; y del señor Casado, del PP, lo que apuntó Iñaki Gabilondo, lo más parecido al "abanderado de la tuna".